
La promesa, característica de las campañas, sorprendió a quienes escucharon a Javier Milei durante su exposición en el evento de la Fundación Faro, al que fue invitado el lunes por la noche en Puerto Madero. Allí, en medio de los aplausos de sus seguidores, aseguró que dejará de insultar a todo el mundo. Aunque le irritaba esa “dictadura de las formas” que lo criticaba por sus constantes exabruptos, finalmente aceptaría el consejo y prescindiría de las palabrotas dirigidas a sus críticos y adversarios, para “ver si están en condiciones de debatir ideas”.
Ante el asombro general, reafirmó: “Vamos a usar las formas que les gustan para dejar en evidencia que son una cáscara vacía”.
¿En serio el Presidente más malhablado de la historia dejaría de insultar?
Pues no. El hechizo duró un suspiro.
En el mismo discurso, apenas minutos después, descalificó a Axel Kicillof llamándolo “inútil esférico”, dentro de una diatriba más bien críptica. No era “cucaracha”, “rata”, “ensobrado”, “mandril” o “basura humana”, pero seguía siendo un insulto al fin.
Antes de hacer su promesa, Milei había usado términos como “empresaurios”, “sindigarcas”, “perisobres”, “parásitos mentales” y “zombis”, entre otros improperios. Hasta que, de repente, oh, recapacitó y prometió lo improbable.
¿De verdad alguien cree que Milei abandonará los modos que lo llevaron a ser el Presidente que es hoy? Para aquellos que tienen esa expectativa, aquí va un pequeño recordatorio: un reciente estudio de la consultora Ad Hoc reveló que el líder de La Libertad Avanza es el argentino no troll (es decir, no anónimo) que más insulta en redes sociales. Registra 1589 agravios entre enero de 2023 y junio de este año, colocándolo en la cima. Otra estadística incómoda: según una encuesta de Monitor Nacional, el 73 por ciento de los consultados rechaza los insultos de Milei y lo considera un personaje violento.
Se podría hablar de su complicada infancia, de los golpes que recibía de su padre o del acoso escolar, factores que contribuyen a forjar una personalidad tan compleja y disruptiva como la suya. Pero, en última instancia, son atenuantes que no ocultan el problema de fondo: un gobernante incapaz de controlar sus impulsos.
Se sabe que en el pasado, Milei se hizo famoso por su lengua afilada en programas de TV de la tarde, donde predomina el grito del panelista más estridente. Sin embargo, usar el mismo estilo soez desde la máxima instancia del poder parece irresponsable. La violencia que se ejerce desde arriba acaba permeando en el resto de la sociedad.
Milei descalifica sistemáticamente a quienes no piensan como él, tildándolos de “ratas”, “mandriles”, “parásitos”, “degenerados”, “hijos de puta” y un largo etcétera. Se ha vuelto tan habitual que el resto de los actores sociales y políticos en Argentina parece haberlo aceptado como parte del día a día. Cuando alguien se atreve a cuestionarlo en privado, el Presidente responde con un argumento infantil: “Pero yo soy así”.
El exalcalde Horacio Rodríguez Larreta tomó la iniciativa de contabilizar los exabruptos de Milei, solamente los de sus redes, durante su primer año de gestión: en 365 días había proferido 2.173 insultos, lo que equivale a seis por día. El vocero Manuel Adorni respondió que su análisis era “absolutamente intrascendente”.
Naturalizar la violencia verbal es la forma más directa para que termine manifestándose en hechos.
¡Mandriles!