
Un nuevo siniestro vial sacudió otra vez la tranquilidad de Concepción del Uruguay y puso en primer plano algo que va más allá de las cifras: la fragilidad de la vida en el espacio público. En la tarde del viernes, a las 19:20, colisionaron un motociclista de 24 años y un peatón de avanzada edad en la intersección de Bulevar Irigoyen y Reibel. El saldo fue trágico: el peatón, un jubilado con domicilio en calle Sarmiento, falleció horas después en el Hospital Justo José de Urquiza.
Según el informe policial, la motocicleta —una Motomel S2 de 150 cc— circulaba en sentido Oeste-Este por el bulevar cuando embistió al hombre que cruzaba la senda peatonal en sentido Sur-Norte. Ambos fueron asistidos por el servicio de emergencias 107 y trasladados al hospital con lesiones graves. El motociclista sufrió fractura de la clavícula izquierda, mientras que el peatón presentaba múltiples fracturas y politraumatismos que, lamentablemente, resultaron fatales.
El hecho motivó la intervención del personal de la Comisaría Primera (por razones de jurisdicción) y de la División Criminalística (por sus funciones técnicas), encargados de realizar las pericias para establecer la mecánica exacta del siniestro. Pero, más allá de los informes técnicos, este caso se inscribe en una realidad que reclama una mirada más amplia: la convivencia vial y el respeto mutuo entre quienes comparten las calles.
Cada accidente de tránsito no es solo una cifra en las estadísticas: es una historia que se quiebra, una familia que queda vacía, una comunidad que debe preguntarse qué puede mejorar. La educación vial, entendida como una práctica ciudadana permanente, no se reduce a aprender señales o normas; implica asumir que “el otro también tiene derecho a llegar a destino”. En un cruce de calles, unos segundos de atención o moderar la velocidad pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
En ciudades como Concepción del Uruguay, donde la movilidad urbana reúne a peatones, ciclistas y motociclistas en espacios cada vez más concurridos, la responsabilidad no puede eludirse, porque sus consecuencias muchas veces no tienen reparación. La velocidad, la distracción y el uso del celular —por mencionar algunos ejemplos generales— son factores recurrentes en los siniestros y motivos que luego enlutan a las familias entrerrianas y argentinas. Cada caso, como el ocurrido en Irigoyen y Reibel de Concepción del Uruguay, deja siempre una enseñanza dolorosa que cuesta aprender: la urgencia nunca justifica el descuido.
Las autoridades y expertos insisten en que es necesario percibir la vía pública no solo como un espacio de tránsito, sino como un escenario de convivencia. Cada peatón que cruza, cada motociclista que avanza y cada conductor que frena tiene en sus manos —o en su decisión— la posibilidad de preservar la vida ajena. Y eso, en definitiva, es también una forma de cultura: la cultura del respeto.