
En diálogo con Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (AM 1190), Hilda “Chiche” Duhalde, exprimera dama y exlegisladora bonaerense, hizo un balance de su trayectoria política, subrayó la necesidad de orientar la gestión hacia la producción y cuestionó la falta de preparación del presidente Javier Milei. Además, se refirió al presente del peronismo y afirmó: “La presencia permanente de Cristina no permite la renovación”.
Hilda “Chiche” Duhalde fue maestra, martillera y se dedicó a la política. Ejerció como diputada y senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. Fue primera dama durante la presidencia de su esposo, Eduardo Duhalde, entre 2002 y 2003. Antes cumplió el mismo rol en la provincia de Buenos Aires, mientras su esposo fue gobernador.
Uno de los motivos que nos impulsó a querer conversar con usted es cierta reminiscencia que encontramos con el 2001 de los salvatajes, la aparición de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional y la promesa de continuas ayudas que luego finalmente derivaron en que no se terminó logrando ni convirtiendo en algo estable. Esperemos estar equivocados. ¿Siente usted alguna rima con el 2001?
Cada vez hay menos semejanzas. Al principio pensé que podría parecerse, pero la manera de abordar y resolver los problemas fue completamente distinta. Por ejemplo, en aquel momento hubo una directiva clara de Eduardo (Duhalde) en la primera reunión con los ministros: “El que hable mal del gobierno anterior tiene tarjeta roja”. Eso marcó una decisión importante: mirar hacia adelante y no hacia atrás. El Gobierno actual, con casi dos años de gestión, sigue mirando hacia atrás y resulta muy difícil construir de ese modo. Otra diferencia fundamental es que este gobierno está conducido por una persona sin experiencia en gestión; eso pesa mucho. Aquel gabinete estaba integrado por dirigentes con mucha experiencia administrativa que decidieron ponerse la patria al hombro y unirse bajo esa concepción. Hay que dejar de mirar el pasado y encontrar soluciones hacia el futuro.
Otra diferencia sustancial fue que se dijo “vamos a apostar a la producción”, y se creó el Ministerio de la Producción, porque los países no tienen muchas alternativas de salida. Yo no soy experta en macroeconomía, sería absurdo hablar de eso, pero sí conozco de microeconomía. En una familia, si el esposo pide prestado, contrae una deuda; no hay una máquina para imprimir billetes en la casa. Entonces, ¿cuál es la salida? Trabajar. Aplicado al país: producir y generar todas las condiciones para que la producción se ponga en marcha. Eso fue lo que se intentó hacer.
En seis meses, José Ignacio de Mendiguren recorrió el país, habló con todas las economías regionales y se impulsó un proceso productivo. Evaluar un gobierno que duró un año y cinco meses, o cuatro meses, es muy difícil. Yo siempre colaboré; aclaro que lo hice ad honorem en todos los lugares donde trabajé con él, por amor y voluntad de acompañarlo desde lo que conocía. Fuimos viendo las cosas y procurando no dejar a nadie afuera.
Una premisa fue trabajar con prioridades. Es como en una casa: con lo poco que hay se ocupan primero la salud, la alimentación y la educación; si sobra algo, se pinta la casa o se arregla la vereda. Gobernar es lo mismo: fijar prioridades. Acá no ocurre eso, porque tenemos un presidente que desconoce la gestión, lo rodean personas sin experiencia administrativa y otros con intereses o conflictos de interés.
Por eso estoy angustiada. En mi casa me vuelve loca mirar canales de televisión o streaming, donde se enfrentan posturas antagónicas y nadie aborda lo esencial: cómo salir por la vía de la producción. No se trata de que lo que produzcamos se lo lleven, sino de agregar valor y generar trabajo. ¿O seguiremos endeudándonos y, encima, nos dirán en esa última charla con Donald Trump que nos van a dar la plata de cualquier manera, cuando sabemos que llegará con más deuda, beneficiando a quienes solo les importan las finanzas? Dentro del equipo también sabemos quiénes son esos actores.
¿Encuentra otra reminiscencia con los gobernadores? Hay como una especie de revalorización de que la riqueza ahora se está produciendo en mayor proporción en las provincias. Se formó Provincias Unidas, y en aquel tránsito entre el 2001 y 2002 también estaba la Liga de Gobernadores.
Claro: el gobierno nacional no los reconoce. Ellos tienen la obligación de reconocerse a sí mismos y saber lo que aportan a la Nación, y eso es lo que están haciendo. Ayer los escuché en un programa y me pareció interesante escuchar en serio hablar de producción. Son los gobernadores los que disponen de la riqueza de sus tierras y pueden intentar que las riquezas no se las lleven.
Al Gobierno le interesan el litio, el uranio, el petróleo y otras riquezas, pero parece que no es para mejorar nuestra calidad de vida. Faltaría que nos planten la bandera americana. Si esto se concreta, me preocupa muchísimo, aunque desconozca el alcance real de esa relación —que podría ser más estrecha que la que tuvo Carlos Menem. Me inquieta y creo que esta Liga de Gobernadores puede actuar como un freno; deben sumarse todos los gobernadores, más allá de su ideología.
Cuando uno habla de los gobernadores, estamos hablando del interior de la Argentina. Y se asocia a Buenos Aires como parte también del AMBA, porque parte de la provincia de Buenos Aires tiene su mayor concentración de población en el conurbano bonaerense. Entonces, los gobernadores siempre hablan de ambacentrismo, que es hablar de conurbanismo. Usted, que conoce la provincia de Buenos Aires como pocos, ¿qué le indica esa idea que tienen los gobernadores del interior de que la riqueza que ellos producen luego se malgasta en subsidios que tiene el conurbano y que no tiene el resto del país?
La provincia de Buenos Aires, desde hace muchos años, no recibe lo que le corresponde. Y eso sucede también por la inoperancia de algunas provincias, sobre todo del NEA y del NOA; no todas, porque hay provincias que han retenido a su población. Pero hay provincias expulsoras cuyos habitantes terminan instalándose en el conurbano, armando una pieza tras otra. Tenemos compatriotas de todas las provincias; eso no ocurre tanto en el sur, ni en Córdoba, ni en Mendoza.
Esa realidad en su momento pudo contenerse medianamente con el Fondo del Conurbano. Para entender el diálogo: a Eduardo lo acompañaron los 70 diputados de la provincia de Buenos Aires por el porcentaje que le habían quitado en el gobierno de Raúl Alfonsín. Es una injusticia que debe repararse. Las provincias tienen que generar mecanismos con la ayuda del Estado nacional para que ningún habitante sienta que debe irse. Estoy segura de que nadie quiere irse.
Es probable que esto se esté revirtiendo en este momento, porque casualmente los más afectados son las pymes del conurbano, y, por el contrario, las nuevas fuentes de riqueza se están produciendo en las provincias. Ahora, los 14 millones de personas ya están acá.
Ya formaron sus familias y es difícil que regresen a sus provincias de origen. Además, tenemos el problema de algunos países limítrofes: se presentan como alternativas atractivas para la inversión porque ofrecen, por ejemplo, un supuesto 4% de inflación anual, un impuesto a las Ganancias del 10% o un IVA del 10%. Los inversores van allí a invertir; está bien, pero la gente está muy mal acá.
Lo que usted dice es que esos mismos países son expulsores.
Por supuesto, pero aun así siguen viniendo hacia nosotros. Antes éramos un faro distinto al resto de Latinoamérica; hoy somos iguales. Podemos tener poca inflación tal vez, pero el país será similar al resto en términos de condiciones sociales.
La Iglesia está volviendo a producir encuentros con dirigentes de la sociedad civil, como en el 2001. ¿Qué papel jugó la Iglesia en aquel 2001? ¿Tiene noticias de que también la Iglesia está, en este momento, tratando de recrear las condiciones de contención en el caso de una crisis?
En aquel entonces existían liderazgos claros en la Iglesia y en la política. Estaba Bergoglio, estaba Karlic —que hace poco falleció—. Había líderes religiosos y políticos con peso. Después vino la estrategia de Kirchner de “dividir para reinar”, con la multiplicación de partidos. Antes estaban el radicalismo, el Frepaso, el peronismo y alguna fuerza de izquierda, y era más fácil acordar. Hoy, con tantas divisiones, muchas fuerzas coinciden en ideas pero actúan con egoísmo para quedarse con una porción del poder, lo que dificulta los acuerdos.
Además, la Iglesia ha ido perdiendo prestigio. En un encuentro entre Bergoglio y Eduardo, Bergoglio comentó que cada vez va menos gente a las iglesias. Hay menos confianza en la institución religiosa, menos credibilidad en la política y menor fe en las instituciones en general.
Mencionaba recién a Néstor Kirchner, a usted le tocó competir en las elecciones en la provincia de Buenos Aires con Cristina Kirchner. Fue un divisorio entre esa decisión que se produjo en el tránsito que venía de su marido con Néstor Kirchner. Hoy, al verla detenida, ¿qué imagen le genera? ¿Qué sentimiento le produce? ¿La acerca de alguna manera?
No, en absoluto me acerca. No puedo fingir cercanía: nunca estuve cerca. Tengo, además, un rechazo natural por la soberbia, que me sucede con personas como José Luis Espert. Antes incluso de conocer ciertos hechos, su actitud ya me provocaba rechazo. No tolero la soberbia en ninguna actividad.
No siento nada particular por Cristina, pero la enfrenté porque siempre estuve en el mismo lugar: el peronismo. Soy peronista, aunque creo que el peronismo histórico murió con Perón. Después hubo variantes —más a la derecha o más a la izquierda—, pero ningún presidente argentino —y no hablo de Eduardo, que lo intentó en su breve paso por la presidencia—, ni Alfonsín, ni Menem, ni Kirchner, ni Macri, ni ninguno puso el acento en la producción. Nadie.
¿Kirchner tampoco?
No, tampoco. La producción fue un tema secundario. El que creó el Ministerio de la Producción fue Eduardo.
¿Usted misma cree que la soberbia es un detector de ser una mala persona, o de algo negativo?
No creo que sea un detector absoluto; a mí me provoca rechazo. No sé si alguien soberbio carece de valores. Simplemente, a mí me repele.
¿Y por qué usted cree que allí hay un termómetro de rechazo a la persona?
En el caso de quienes detentan poder, la soberbia me genera más rechazo porque creo que quien tiene poder debe ser magnánimo, empático y cercano, no situarse en un pedestal. En el caso de Espert, no sé si se la habrá creído o si su formación lo condujo ahí; no puedo afirmarlo.
¿Y en el caso de Cristina?
En su caso podría ser lo contrario: quizá un complejo de inferioridad que la empuja a esa pose. Tenemos historias de origen parecidas —ambas con padres colectiveros— y tal vez, para mostrarse fuerte, adopta esa postura. No soy psicóloga; para eso está usted.
El Presidente también tiene padre colectivero.
¿Ah, también?
También.
El padre del Presidente, con los años, llegó a ser económicamente poderoso.
Con los años se fue convirtiendo en poderoso, pero inicialmente no. Creo que en el caso del padre de Cristina también, luego fue gerente de la corporación que tenía los colectivos, fue progresando.
El mío no.
¿Y usted percibe esa soberbia en Milei?
Lo veo muy vulnerable, ocultando esa vulnerabilidad tras una máscara. Por eso necesita gritar y hacerse el malo, el sheriff. Esa es mi intuición femenina.
¿Y usted no cree que esa vulnerabilidad también la percibe el votante y entonces lo ve plebeyo? ¿Y que lo que a Macri no le tolerarían, a él se lo perdonan porque perciben que ese discurso a los gritos, en realidad, no es soberbia sino debilidad?
No sé si todo el mundo hace ese análisis.
Pero lo siente.
Es posible que lo sientan. Yo lo percibo, pero no le perdono la falta de inteligencia para reconocer que no estaba preparado para ese cargo. Es como si yo quisiera ser presidenta: conozco mis límites y uno debe ser responsable. Cristina tampoco estaba preparada para ser presidenta. No se puede creer que se está capacitado para cualquier puesto sin asumir la responsabilidad de decir: “Hasta aquí llego yo”.
Yo lo recuerdo a Eduardo Duhalde volviendo de reunirse con Lula, cuando Lula crea Bolsa Familia, explicando, sorprendido, que en la Argentina, por su carácter de sociedad de clase media, aquel que creaba subsidios para los pobres sin trabajar era mal visto y perdía votos, porque la clase media estaba en contra de que se dieran subsidios sin que haya una contraprestación. Y lo sorprendía que en el caso de Lula, era directamente una cantidad de dinero para personas de determinado nivel socioeconómico, el nivel más bajo. Algo había intentado Alfonsín con la Caja Pan, y le fue mal. Usted comenzó con algo que podríamos decir que fue el origen de los movimientos sociales.
No. Las 35.000 mujeres que trabajaron en el programa Manzaneras eran comunidad organizada. Eran mujeres que no cobraban por la tarea; no había plata de por medio. Eran solidarias, voluntarias, que en sus casas recibían a madres con menores de seis años y a embarazadas para entregarles las proteínas necesarias y evitar la desnutrición, además de acompañarlas en controles prenatales mensuales. No cobraban nada.
Quizás uno podría decir que ese es el mismo argumento de las organizaciones sociales. Grabois diría que él no cobra nada, que lo que reciben del Estado se lo entregan a personas que no cobran nada, pero la distribuyen como si fueran punteros, podríamos decir.
No eran punteras. Cometí lo que la política calificó como un error: cuando me presenté en 1997 contra una figura fuerte como Graciela Fernández Meijide, tuve miedo porque nunca había participado en una elección. Me insistieron porque era la mejor posicionada. Les escribí una carta a las 35.000 mujeres pidiéndoles que no se involucraran en la campaña política; su tarea era social y debía continuar así. Eso me costó: cuando perdí, en las reuniones políticas me criticaron duramente.
¿Qué opina cuando ve a las personas que organizaron los movimientos sociales?
Está mal organizado. Primero, porque había hombres que estaban dentro del Estado y fuera del Estado: no debían ocupar esos lugares.
¿Cómo Pérsico?
Pérsico y muchos otros. Segundo, no pueden movilizar a la gente con la amenaza de: “Si no venís, te saco el plan”. Ellos decidían quién tenía el plan y quién no; la gente se sentía obligada a participar. No había un censo ni intervención estatal: lo hacían ellos mismos.
El Estado debe saber quiénes necesitan realmente ayuda y llegar a esas personas. Creo que fue relativamente fácil eliminar la intermediación porque todo estaba mal. Yo puedo caminar por cualquier barrio y me piden que vuelva el programa, porque estaba bien hecho.
¿Qué piensa de Kicillof? ¿Se va a separar de Cristina? ¿Qué piensa de los candidatos de las elecciones?
Coincido con quienes sostienen que Kicillof es una persona honesta. La provincia de Buenos Aires siempre le quedó grande; ahora además cuenta con recursos muy recortados y no fijó prioridades: la salud y la educación no funcionan bien. La gente está muy enojada con el Gobierno nacional. Le aconsejaría que gobernara con buenos equipos. Le tengo estima personal.
Esta mezcla con Juan Grabois no la entiendo. Aún no sé a quién voy a votar, aunque obviamente no votaré a Milei.
¿A Provincias Unidas?
Me gusta la idea de unión de provincias, pero espero que no me defrauden. No votaré a Milei y quiero que mi voto sea útil.
¿Duda entre Taiana y Randazzo?
A Jorge Taiana le tengo afecto; me parece una buena persona. También me genera esa sensación con otros actores.
Creo que Cristina debería haberse llamado a silencio para permitir la depuración del peronismo. Le hace mal su presencia permanente en las redes y su constante intervención. Creo que la presencia permanente de Cristina no permite la renovación del peronismo.
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