
El objetivo del oficialismo es restaurar la mayoría que lo hizo presidente a Javier Milei en 2023. Ese propósito alinea la consigna de sus adversarios: sacar a Milei. El peronismo forzó la unidad en Buenos Aires y ganó las elecciones locales del 7 de septiembre.
Hundió la consigna y trató de imponer el cristinismo extremo: “Cristina libre” y ha gozado de los tropiezos de la campaña del mileísmo: cripto-gate, 3%, vetos inhumanos, Espert.
La simpleza de la bandera de frenar a Milei es tan elemental como que Milei diga que se conforma con un tercio de los legisladores para poder vetar leyes.
¿Por qué ser Colapinto pudiendo ser Lole? Con eso no se hace la revolución, y Milei se justifica con que vino a hacer una revolución. Los dos polos de la polarización llegan disminuidos por sus respectivas disfunciones.
El oficialismo nacional es un gobierno de minoría que administra con proyectos y equipos ajenos. Milei es hoy menos que en 2023. Perdió legisladores y perdió elecciones provinciales, cuando pudo ganarlas si hubiera aprovechado que representa a sectores medios que sostienen una misma agenda desde 2015.
En 2023 respaldaron esa agenda cuatro de los cinco candidatos presidenciales en la primera vuelta. No haber aprovechado ese activo es una de las incapacidades manifiestas del gobierno.
El peronismo, con fórceps
El peronismo tiene como contraparte la disfunción de estar conducido por Cristina de Kirchner, que cumple una condena ratificada en todas las instancias. Así y todo, su fuerza en Buenos Aires se impuso en septiembre pasado por 13 puntos.
No aflojó la tensión con los sectores críticos que se refugian en la gobernación de Kicillof. Habló con él dos veces en esa campaña. La primera fue una presencial en San José 1111. La segunda, una charla telefónica en los últimos días. Ella insiste en criticar el desdoblamiento de las fechas electorales, algo que Kicillof reclama como un acierto estratégico que facilita las chances del peronismo.
Tampoco cede posiciones ante Axel, ante quien finge demencia cuando le reprochan que los legisladores cristinistas no le aprueban en La Plata las leyes de presupuesto y endeudamiento. Deberían festejar el triunfo bailando juntos en el balcón, pero el gobernador fue uno de los que hundió la consigna “Cristina libre”.
La lista de diputados nacionales la armó ella, tiene un tercio de los entrables venidos de la Capital, una tenue raíz territorial, como que los intendentes no pudieron poner candidatos propios.
El peronismo intentará romper con la tradición de derrotas que acumula en las elecciones de renovación legislativa, aun con candidatos estrellas: Cafiero perdió contra el radical Figueras en 1985, Chiche Duhalde contra Meijide en 1997, Néstor Kirchner contra De Narváez en 2009 (la elección más pobre del PJ, 32% de los votos) y Cristina contra Bullrich en 2017. Si el peronismo gana hoy en Buenos Aires, Axel se colgará en el pecho esa medalla.
Una lupa sobre los 7 grandes
El verdadero escrutinio de 2025 va a conocerse con la constitución de los bloques legislativos, recién después del 10 de diciembre. Son 24 elecciones locales, en las que se enfrentan coaliciones transgénicas, que confunden más a la hora de decidir los resultados.
La victoria o la derrota saldrá de la suma de la filiación de cada electo con alguno de los dos polos de la confrontación, que repite los vientos de 2023. La suerte de todo gobierno se libra en los siete distritos más grandes de la Argentina. El oficialismo se juega la ropa en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
Tiene más chance en CABA, adonde va en alianza con el PRO, pero con Patricia Bullrich, a quien el electorado del distrito ya sacó del ballottage en 2023 y a quien desairó el 18 de mayo al abstenerse o votar con apenas el 15% del padrón a su vocero Manuel Adorni.
Puede festejar en Mendoza y en Entre Ríos, por la alianza que tiene con los gobernadores Cornejo y Frigerio. En Tucumán el peronismo tiene chance, pese a que su gobernador está entre los que negocian todo con el gobierno.
Quirno estaba en la gatera hace rato
La narrativa oficial había despedido hace una semana a los dos ministros que adelantaron su renuncia el jueves. Algo elemental: si te van a echar, que no sea después del resultado electoral. No sea que te responsabilicen de una derrota.
Gerardo Werthein y Mariano Cúneo Libarona no son políticos y deben haber vivido su pasantía en el Titanic con pánico. Tampoco están en condiciones de aguantarse una derrota, algo saben hacer los políticos.
En cuanto se enteraron de que serían prescindibles prefirieron dar ellos el portazo. Hubo cálculo previo de la designación de Pablo Quirno como nuevo canciller. Luis Caputo quería gente propia en ese ministerio desde que despidieron a Diana Mondino.
Había pensado en Juan Pazo, pero lo desvió hacia ARCA y alistó a Quirno para el cargo que asume recién ahora. La entrada de Quirno queda ligada por una fatalidad de tiempos a la presencia en Buenos Aires de la cúpula de J.P. Morgan, el alma máter de la mayoría de los funcionarios del área económica.
Esa cumbre fue planeada para ponerlo a Quirno de canciller, una decisión de emergencia que compensa la renuncia odiosa de Werthein.
Pero tampoco hay que desligarla de la oportunidad de que una marca como la de J.P. Morgan ponga a un ministro de su familia justo cuando el gobierno conversa con Washington los detalles del salvataje.
Hasta ahora ha sido una intervención modesta para aplastar el dólar, por una suma de alrededor de US$ 2.000 millones, a cuentagotas hasta que se conozca el resultado electoral, condición que puso Trump a la generosidad del imperio.
La presencia de los directivos del J.P. Morgan transmite confianza y seguridad, a la espera con ansiedad preelectoral, de que Scott Bessent suelte pronto la pasta: los US$ 20.000 millones, que pueden ser el doble (en la promesa) para aguantar los trapos después de diciembre.
Si esa ayuda resbala hay quienes se ilusionan con que un grupo de la dimensión del J.P. Morgan habilite un fondo de auxilio con bancos privados y no ya por cuenta del Tesoro, como han sido sus aportes hasta ahora.
El modelo Cavallo-Di Tella
La idea de que la cancillería debe ser una ventanilla para vender a la Argentina en el mundo está en todas las agendas. La captura de la diplomacia por los traders la ensayó Menem cuando le entregó la casa al dúo Cavallo-Di Tella.
Lo mismo hicieron Duhalde y el primer Kirchner cuando le cedieron la administración de las relaciones exteriores a Martín Redrado. Primero con Carlos Ruckauf, después con Rafael Bielsa. El mismo impulso inspiró la voracidad de Sergio Massa.
Cuando asumió como ministro de Economía se devoró todas las áreas de relaciones internacionales, y de paso arrastró las que manejaba Gustavo Béliz como secretario estratégico de Alberto en la Presidencia, alimentadas con las cajas de la cooperación.
Cúneo, mal con todos
La salida de Cúneo es más previsible. Astuto como pocos, y con la red de seguridad que le daba – como a Werthein – su relación con los grupos empresarios que le gobiernan la agenda a Milei, el ministro acumuló reveses que si el gobierno pierde las elecciones puede señalarlo como el responsable.
No logró imponer en CABA el sistema acusatorio, que el nuevo ministro seguramente postergará hasta después de 2027. Lo rechazan los jueces porque les quita poder.
También los fiscales porque no hay fondos para la nueva tarea. Tampoco admiten que los desalojen de Comodoro Py y los manden al edificio de la ex ESMA, un emblema del terror. Tampoco Cúneo logró designar nuevos jueces en la Suprema Corte ni voltear a la actual.
Debe la factura de la salida con destrato de Juan Carlos Maqueda, el magistrado que representó a la política en el tribunal y que imprimía un equilibrio que hoy se extraña. Ha quedado mal con los que están, con los que no pudieron entrar, y con todos los que querrían haber ingresado.
Le ponen en el ojal la aprobación del juicio en ausencia, pero es un proyecto que venía del gobierno anterior y que precipitaron en el Congreso, entre otros, Miguel Pichetto (desde que era senador) y el juez Marcelo Aguinsky; y desde la sociedad civil las entidades que representan a la comunidad judeo-argentina.
Gobierno sin liderazgo
La desprolijidad de estas renuncias a destiempo prueban la fragilidad de la jefatura de Javier Milei. Debió controlar la salida de esos ministros para despejar la batalla de este domingo.
Con Cúneo el gobierno se ganó la inquina de los jueces que esperan a los políticos cuando pierden el poder, una fatalidad tercermundista que se extiende hasta países que parecían inmunes a esas debilidades, como la Francia del penado Sarkozy.
En el caso de Werthein, con el portazo se resiente la relación del gobierno con el grupo de medios que observa y auspicia la narrativa oficial con entusiasmo digno de mejor causa. Pero también en política todo lo que se puede pagar con plata es barato. Va con cargo a la nuestra.
Milei defraudó la alianza en las urnas
La fragilidad del quinto presidente de minorías que acumula la Argentina en lo que va del siglo se prueba en que el objetivo que se ha propuesto es recuperar la alianza del ballottage con el voto moderado, que fue de Juntos por el Cambio y que lo llevó a la presidencia. Milei defraudó desde su gobierno esa alianza que era genuina en las urnas.
Se apropió de la fórmula presidencial de JxC para subirla al gabinete y abortar la posibilidad de que esa fuerza pudiera rehacerse, como la recompensa que esconde toda derrota. Fracturó al PRO, a la UCR, a bloques que manifestaron su apoyo a la agenda del gobierno. Fomentó el transfuguismo al promocionar el pase al oficialismo de políticos que habían sido elegidos oposición.
Aun así, tuvo una pobre performance legislativa. Lo poco que sacó lo hizo comprando voluntades entre los bloques y los gobernadores, o amparado por opositores dialoguistas a quienes les pagó con insultos -en el cierre del jueves en Rosario dijo que el Congreso es destituyente-.
Cuando vio que se le venía la noche en la serie de derrotas que tuvo a lo largo del 2025 en elecciones provinciales, trató de recuperar el acuerdo tácito de urna que lo había salvado en 2023.
Macri, a cuentagotas
Acudió de nuevo a Macri, que prestó apoyo a reglamento y en cuentagotas. Casi no apareció en la campaña. Manifestó apoyos selectivos a candidatos identificados con él.
Se fue a Cumelén en la última semana de la campaña. Tuvo que interesarlo Guillermo Francos en llamadas por teléfono para que les regalase algún tuit de apoyo a la alianza que cerraron La Libertad Avanza con el PRO en algunos distritos, y nada más.
En charlas entre cuatro paredes, Macri manifiesta escepticismo sobre la capacidad del gobierno de revertir el ensimismamiento y la endogamia, que ha vuelto a probar con la designación de Quirno.
En las reuniones que tuvieron en Olivos, Macri le manifestó que debía cambiar las expectativas y que con el gabinete que tenía no podía hacerlo. El desentendimiento de Mauricio con estas elecciones muestra que ninguno de sus hombres fuertes figura en listas de candidatos.
Con nombres como Jorge Triaca, Guillermo Dietrich, Humberto Schiavoni, Federico Pinedo, José Torello, Nicolás Caputo, Luciano Laspina (que termina su banca en diciembre), Pablo Clucellas o Néstor Grindetti en el Congreso, hubiera armado bloques potentes en las dos cámaras.
Macri ha preferido salirse de la política, en donde lo representa hoy Fernando de Andreis, un casi familiar, que hasta corre el riesgo de entrar como diputado nacional en CABA por el lugar, aunque marginal, que ocupa en la lista.
Quienes le conocen de la vida, señalan que Macri cuando quema una etapa no vuelve atrás. Abandonó la actividad industrial y no volvió más, dejó atrás a Boca y no volvió ni para votar por su amigo Andrés Ibarra, dejó la presidencia y apenas vuelve por tuiter.
El oficialismo no siguió el consejo de Macri, tampoco oye a los amigos de afuera – Washington, los multilaterales – que le piden que haga alianzas con otros actores políticos. En cambio, hace lo que un gobierno no debe en el tramo final de una campaña, como cambiar ministros en carteras clave, o que sus colosos hagan campaña por TV prometiendo más ajuste.
El candidato más importante del oficialismo en el distrito más grande de la Argentina, -que de paso va tercero en la lista-, confesó en un intervalo televisivo: “– ¿Y qué querés? Acá nadie manda a nadie. Cada uno dice y hace lo que quiere”. Como para ponerse colorado.



