Desde los primeros días de julio, circula en el Gobierno una leyenda que, tras el impacto en Buenos Aires y la descomposición política resultante, ha comenzado a cobrar impulso. Esta leyenda se refiere a las reuniones detrás de la decisión de desarmar las LEFI, el mecanismo que el Banco Central utilizaba para mantener un gran stock de pesos fuera del mercado.
Según todos los analistas económicos, este fue el gran punto de inflexión en la dirección económica del Gobierno: a contracorriente de lo que confinaba el oficialismo, aproximadamente un tercio de ese stock (casi 6 billones de pesos de los 15 billones totales) regresó al mercado, provocando el temblor que luego intentaron solucionar con un fuerte aumento de la tasa de interés. Esta última decisión, a su vez, fue la que terminó por paralizar la economía real, un presagio necesario para la derrota electoral en el distrito más poblado del país.
Por ello, la anatomía de ese momento, el desarme de las LEFI, es tan fundamental. La versión que circula en la Casa Rosada indica que ni Luis Caputo ni su equipo estaban a favor de avanzar en esa dirección. Se menciona una intensa discusión entre el ministro y el Presidente, siendo “capricho” la única palabra que define con precisión la postura del mandatario. Se asemeja a un niño que, sin escuchar los consejos de sus más cercanos colaboradores, convencido de su propio entorno de ser un sabio economista en camino a ganar el Premio Nobel, impuso su voluntad.
La gran novedad ahora es que ni siquiera el equipo económico se encarga de desmentir esta historia. Incluso en esa trinchera, que se supone es la última del Gobierno, empiezan a buscar culpables por la derrota electoral en Buenos Aires y el sinuoso rumbo que tomó el oficialismo desde entonces. En el primer círculo de la administración lo saben: el rey está desnudo. Y ahora todos lo ven.
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