
Recuerdo, en mi infancia, las perradas del campo: galgos, algún pastor mestizo y ratoneros. Me voy a ocupar de este último.
El “ratonero”, también llamado “perro ratonero Argentino” o “terrier de campo”, es un animal de tamaño pequeño: vivaz, ágil y rápido, de cuerpo blanco con manchas negras o marrones. Su nombre remite a su oficio de cazador de alimañas —ratones, ratas, lagartijas, insectos, etc.—; le gusta husmear por rincones y agujeros. Son curiosos y siempre están al acecho. Por estas cualidades eran muy valorados en casas, galpones, criaderos de pollos y depósitos, lugares donde casi no se movían, pues sus patas cortas y su cuerpo menudo no los hacían apropiados para el trabajo de campo con el ganado ni para la caza de animales mayores. Los hay de pata larga (40 cm de alzada) y de pata corta (35 cm de alzada).
Su carácter juguetón, regalón y simpático lo convierte en un excelente perro de compañía y en una gran ayuda para el hombre. El gaucho lo usó como perro de compañía y avisador (no es un perro guardián).
Son muy importantes para el trabajo rural, ya que el gato es rechazado por el olor de su orín y, a la vez, el ratonero es un mata-roedor nato, trabajando eficientemente en el control de ratas, comadrejas y lauchas.
Aunque la raza está muy difundida a nivel local, no es autóctona. Proviene de la cruza de terriers de pelo duro (fox terrier smooth, fox terrier wire y otros) que los colonizadores e inmigrantes trajeron de Europa —donde algunos se empleaban para limpiar las bodegas de barcos infestadas de ratas—, mezclados con alguna otra raza de estas pampas. La selección natural hizo el resto. También desciende de terriers de “alcurnia” traídos por los ingleses junto con el ganado Shorthorn, Aberdeen Angus y Hereford.
Existen aproximadamente 35 variedades de perros terrier, cuyo nombre significa “tierra”, es decir, “perros que buscan presa”.
El pintor Carlos Montefusco recuerda como sus ratoneros más entrañables a “Carozo” (era muy chiquito) y a “El Chori” (parecía un chorizo), a los que retrató como actores infaltables de esos grandes escenarios gauchescos. También está “Sombrita”, el perro de Fabián Leyes, el recordado personaje de historieta de Hernán Rapela, llamado así porque siempre seguía a su dueño como una sombra. Incluso George Musters, el aventurero ítalo-inglés de la Patagonia, tuvo el suyo. Yo, personalmente, tengo a “Antifaz”, pues sus manchas negras alrededor de los ojos parecen una máscara.
Hoy se lo está reemplazando por el Jack Russel, con el que comparte algunas de sus travesuras. El Russel está de moda y cuenta con mucho marketing como excelente perro pequeño y compañía del hogar.
Hace más de 30 años Ricardo y Marta Nardelli, que trabajan con perros, fundaron su criadero “The Gladiator Kennel”, especializado en perros “ratonero argentino”, ubicado en la localidad bonaerense de Cañuelas. “Revalorizamos la raza y fijamos patrones, realizamos una selección genética profunda que la venimos trabajando hace muchos años”, comenta Ricardo.
En la actualidad, algunos estancieros pugnan por imponerlo como raza pura, sosteniendo que sus orígenes corresponden al Terrier de campo argentino; pero, según Marta y Ricardo —especialistas reconocidos en el tema—, el original fue el perro inglés que ciertos propietarios de estancias trajeron como perros puros (con registro inglés en la Sociedad Rural Argentina) y que se cruzaron con perros rurales domésticos o cimarrones, es decir, con las “cuzcos” del país. De ese cruce nace el Terrier de campo, el “argentino olvidado”, como lo llama Ricardo.
Comúnmente se lo reconoce como el ratonero y fue el perrito “de los abuelos”, comenta Marta. Desde la Asociación Argentina del Terrier de Campo, entidad sin fines de lucro, los Nardelli luchan por rescatar el antiguo esplendor de esta raza, que, dicen, estuvo en peligro de extinción.
“Recibimos el apoyo de muchas personalidades del país y es nuestro propósito que las tres razas argentinas nos representen en el mundo: el “Dogo argentino”, el “perro Pila argentino”, y el “Terrier de campo”, dice Marta, y Ricardo agrega: “es parte del paisaje argentino”. Es el acompañante fiel de nuestros hombres de campo desde mediados del 1800”. Mientras tanto se escuchan ladridos de fondo.



