Miércoles, 15 de octubre de 2025   |   Campo

El INTA necesita renovarse para atravesar las turbulencias y adaptarse al siglo XXI

El INTA necesita renovarse para atravesar las turbulencias y adaptarse al siglo XXI

Antiguas y prestigiosas universidades (Oxford, Cambridge, Edimburgo, Harvard, Yale, Chicago), así como reconocidos centros e institutos de investigación y tecnología, enfrentan una creciente presión social —a veces hostil— que los obliga a replantear sus objetivos y roles. Las críticas se centran en temas recurrentes: estructuras burocráticas onerosas y pesadas, más ligadas al prestigio y la tradición que a la generación de valor social; resistencia al cambio y reticencia frente a las nuevas tecnologías; exigencias financieras crecientes; e insistencia en investigaciones de baja “utilidad económica”. Con sus variantes, este fenómeno se ha globalizado. Instituciones académicas, científicas y técnicas de la Argentina como Universidades, Conicet, INTA, INTI y otros organismos dependientes del presupuesto público también reciben críticas y transitan momentos de turbulencia.

Repensar el INTA en un contexto tan cambiante no es tarea sencilla; pero, salvadas sus particularidades, es posible aprender de la experiencia que acumulan otras instituciones.

El INTA tuvo un desempeño exitoso durante la primera mitad de su historia (entre su fundación y la década de los 90), periodo en el que dejó una huella reconocible en el avance tecnológico del agro argentino y cimentó respeto y prestigio. El escenario empezó a cambiar con una avalancha de tecnologías novedosas que irrumpieron y se expandieron de la mano de empresas y corporaciones privadas. Algunos de los grupos más activos en investigación y extensión supieron enfrentar la vorágine y conservar su identidad y relevancia; otros, en cambio, fueron desbordados y descolocados por el cambio.

MAPHI I, en la Base Marambio, instalado en el año 2022, el primero en iniciar la producción de verduras en el continente blanco. Equipo técnico MAPHI, INTA.

Desde hace años se oyen voces críticas que exigen un INTA más protagónico y adaptado a estos tiempos. Como ocurre en otras organizaciones, es natural que quienes lo integran, al sentirse cuestionados, reaccionen y se abroquelen para resistir el cambio. El INTA atravesó varios intentos de reorganización y de re-priorización de sus líneas de trabajo; no siempre funcionaron. Con frecuencia se privilegió el consenso interno por sobre la demanda externa. Fue inevitable que, en la búsqueda de consensos, cada grupo pugne por preservar su área de incumbencia, y que cada vez que el consenso prevaleciera se diluyera el objetivo original. La lección es conocida: más importante que listar prioridades subjetivas es definir criterios y pautas para identificar los problemas reales que hay que resolver.

Surge un dilema cuando se propone replantear al INTA: ¿por dónde empezar? La respuesta no es sencilla ni única, pero hay preguntas existenciales. Una de ellas es cómo financiar la institución en el futuro. En todo el mundo los gobiernos se ven urgidos a reasignar el gasto público ante demandas crecientes que son causa de puja social. Seamos realistas: en la Argentina poco le importa a un jubilado, a la clase media empobrecida o a un desempleado si el INTA merece o no funcionar con fondos estatales. ¿Debe el INTA depender exclusivamente del estado? ¿O debe buscar recursos externos? Esto último implicaría participar del agro-negocio con una finalidad clara: recapturar parte de la riqueza que genera para asegurar su funcionamiento.

Aunque disguste a la ortodoxia estatista, buscar socios en el sector privado parece ser el camino para convertir la innovación en un negocio que genere beneficios. No es sensato competir con el sector privado por parcelas de mercado, pero sí lo es cooperar con él para generar sinergias. Nada de esto es novedoso en el mundo: las instituciones que generan conocimiento y tecnología aportan sus activos (recursos humanos, laboratorios, vehículos, tierras, etc.) y el sector privado financia la ejecución de proyectos competitivos, refuerza salarios y comparte la propiedad intelectual de la innovación. Esto no excluye el financiamiento público a proyectos estratégicos que el privado no está interesado en apoyar.

Otro punto crítico es la gestión institucional. El INTA acredita dos problemas de larga data que deberían ser reanalizados: el primero es asegurar que la selección de cargos gerenciales esté libre de injerencia política; el segundo, que algunos técnicos con posgrados en disciplinas técnicas vean en su formación una oportunidad para concursar cargos gerenciales mejor remunerados. Aunque sean buenos en su disciplina, no siempre están entrenados para gestionar la complejidad. Una gestión profesional, externa a la institución, seleccionada por mérito y con antecedentes demostrables, puede ser una opción válida. Las organizaciones mejor adaptadas y competitivas funcionan de esa manera, y la rotación gerencial es parte de las reglas de juego.

Los recursos humanos son otra parte del nudo a desatar. A nivel global, empresas y el sector público demandan nuevas habilidades que desplazan y reemplazan a las tradicionales. No se trata de innovar en el siglo XXI recurriendo a enfoques superados. Esto definirá, inevitablemente, el capital humano de cualquier organización moderna. La lógica indica privilegiar la actividad de aquellos investigadores y técnicos que sepan adaptarse y combinar la información de campo con el uso creativo de nuevas tecnologías, como la IA, las plataformas satelitales de datos o la gestión de modelos avanzados. El cruce de disciplinas fecunda campos novedosos y prometedores en la innovación tecnológica.

El INTA, como brazo vital del sector agropecuario argentino, tiene que recuperar gravitación y protagonismo. Parece claro que el desafío es renovar su organización y redefinir su rol; lo necesita para atravesar la tormenta sin escorar en el intento. Es utópico pensar que lo logrará sin reconfigurar sus estructuras y funciones. Pero hay otra condición obvia: para poner a la institución nuevamente en valor es imperioso declinar intereses corporativos añosos que se oponen y resisten cualquier reforma que la sane.

El autor es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria

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