
La producción porcina atraviesa un punto de inflexión. Ya no basta con aumentar la producción ni con reducir costos. El desafío es producir mejor: con eficiencia energética, responsabilidad ambiental y compromiso con la sociedad. Las reglas del mercado cambian, y la sustentabilidad dejó de ser un valor agregado para convertirse en una condición imprescindible de competitividad.
A nivel mundial, consumidores y cadenas comerciales exigen trazabilidad, reducción de emisiones y uso responsable de los recursos. Cada vez más países incorporan metas de descarbonización y políticas que benefician a quienes adoptan energías limpias y sancionan a quienes no lo hacen. Este proceso abarca a todas las carnes, y la porcina no es la excepción.
La buena noticia es que el sector argentino dispone de una gran oportunidad. Contamos con productores tecnificados, recursos naturales abundantes y una base científica sólida. Pero hay que dar un paso más: integrar la economía circular en el corazón del modelo productivo. No se trata solo de mejorar el manejo de efluentes o reciclar residuos; se trata de convertir cada subproducto en un insumo valioso.
La economía circular propone romper la lógica de producir, usar y desechar. En la porcicultura eso implica transformar los residuos en energía, los efluentes en fertilizantes, el calor en recurso útil y la información en mejora continua. El resultado es una cadena más eficiente, con menor huella ambiental y mayor rentabilidad para todos sus actores.
En la porcicultura, eso significa transformar los residuos en energía. MSD Salud Animal
La energía es un capítulo central de este proceso. Las plantas de biogás son una demostración concreta de cómo los desechos pueden transformarse en electricidad y biofertilizantes, reduciendo emisiones y costos. En nuestro caso pudimos comprobar que la tecnología está al alcance y que sus beneficios van mucho más allá de lo económico: se reducen los gases de efecto invernadero, se mejora la gestión de los efluentes y se genera valor para toda la comunidad local. En el año 2024, por ejemplo, la reducción de gases efecto invernadero que logramos fue de 12.232 ton CO2e, equivalente a lo que emiten 2851 autos en un año.
Sin embargo, estas experiencias no deben limitarse a casos aislados. La adopción de energías limpias tiene que convertirse en una estrategia colectiva del sector porcino argentino. Es preciso fomentar la inversión en tecnologías de digestión anaeróbica, cogeneración y aprovechamiento térmico, adaptadas a la escala de cada establecimiento. También hay que facilitar el acceso al financiamiento verde y crear marcos normativos que premien a quienes transforman sus pasivos ambientales en activos productivos.
Las referencias internacionales son contundentes. En Europa, la valorización energética de los residuos porcinos forma parte de las políticas nacionales. En Dinamarca y España, buena parte de la energía utilizada por los criaderos proviene del biogás que ellos mismos generan. En Brasil, varios estados promueven la generación distribuida a partir de residuos agroindustriales. Estos modelos muestran que la sostenibilidad puede ser, además, una fuente de competitividad.
La Argentina está en condiciones de seguir ese camino, adaptándolo a su realidad productiva. El país dispone de materia prima abundante, mano de obra calificada y capacidad tecnológica. Lo que falta es una articulación más fuerte entre el Estado, las instituciones técnicas y los productores para escalar las iniciativas existentes y multiplicar su impacto.
La huella de carbono será, sin duda, una de las métricas clave en los próximos años. Medirla, reducirla y certificarla no es una exigencia burocrática: es la puerta de entrada a los mercados más exigentes y al financiamiento internacional. Incorporar ese lenguaje y esas herramientas desde ahora permitirá que la porcicultura argentina llegue preparada al futuro que ya empezó.
El sector debe asumir este desafío con una visión colectiva: nadie puede hacerlo en soledad. Las soluciones energéticas, la gestión de residuos, la eficiencia alimentaria y el cálculo de emisiones requieren cooperación, asociativismo y confianza. Los productores que trabajen juntos para compartir conocimiento y recursos serán los que mejor aprovechen las oportunidades que ofrece esta transición.
La sustentabilidad no es solo una cuestión ambiental: es una nueva forma de pensar el negocio. Cada tonelada de maíz transformada en carne de cerdo puede también convertirse en energía, fertilidad y desarrollo local. Si logramos integrar esa visión, el futuro de la porcicultura argentina será más competitivo, más eficiente y, sobre todo, más responsable.
El auto es presidente de Pacuca Bioneregía y de la Federación Porcina Argentina (FPA)