Martes, 30 de diciembre de 2025   |   Nacionales

Día 750: La suerte del león sacude la escena política y tensiona la coalición oficialista

Milei redobla y, cuando gana, recupera lo perdido y gana un poco más. Sin embargo, el problema es que la martingala ignora dos límites muy concretos del mundo real: el capital del jugador y los límites de apuesta.
Día 750: La suerte del león sacude la escena política y tensiona la coalición oficialista

Nicolás Maquiavelo, padre de las ciencias políticas, sostuvo que el príncipe necesita voluntad y suerte para gobernar. Javier Milei las tiene a ambas; si lo definitorio en 2024 fue la voluntad, lo central en 2025 resultó ser la suerte, aunque, en honor a los hechos, podríamos llamarla “good luck, porque esta fortuna emanó, sobre todo, desde los Estados Unidos.

Hagamos primero un breve repaso de lo que ya sabemos como prólogo de esta columna, que se concentra en explicar el papel de la suerte. Bajo el subtítulo “La fortuna” analizaremos esa suerte que benefició a Milei.

El 20 de enero, Donald Trump regresó por segunda vez a la Casa Blanca a pesar de estar condenado por un delito sexual y de enfrentar varios procesos judiciales, entre ellos acusaciones de instigación a un intento de golpe de Estado, la misma acusación que precipitó la caída del expresidente brasileño Jair Bolsonaro.

En abril, el Fondo Monetario Internacional (FMI), presionado por la administración de Trump, otorgó 20 mil millones de dólares adicionales al gobierno de Milei para reforzar las reservas del Banco Central y avanzar desde el cepo hacia el esquema de bandas vigente. Ese aporte le brindó varios meses de estabilidad cambiaria y permitió seguir reduciendo la inflación.

El Gobierno llegaba además con ruido político tras el discurso presidencial en Davos, donde vinculó feminismo, homosexualidad y pedofilia. En febrero se organizó la llamada “Marcha Antifascista”, que tuvo repercusión internacional.

Ese mismo mes, el Ejecutivo quedó acorralado por el caso $LIBRA: la difusión de una criptomoneda cuyo negocio ya estaba asegurado para sus creadores y cuya promoción por parte del Presidente generó un precio artificial que constituyó una estafa para miles de inversores. Las últimas investigaciones señalan vínculos importantes entre los organizadores de la criptoestafa y los hermanos Milei. Es decir: el Gobierno, presionado por una movilización masiva y un escándalo de corrupción, recibió 20 mil millones de dólares para salir del cepo y estabilizar la economía.

Meses después se sumaron las marchas de jubilados, de personas con discapacidad y de las universidades. Gradualmente, los miércoles se consolidaron como día de protesta semanal en todo el país. Estas movilizaciones articularon una oposición que impulsó leyes y provocó importantes derrotas legislativas para el oficialismo. Eso llevó a que bonistas y fondos privados empezaran a desconfiar de la capacidad política de Milei para sostener el rumbo y asegurar los pagos de la deuda argentina; sencillamente, cambiaron bonos por dólares y la cotización empezó a subir, superando el techo de la banda.

Paralelamente se desataron dos escándalos de corrupción: uno que apunta directamente a su hermana, con sospechas de cobro de coimas en la compra de medicamentos para personas con discapacidad; y otro que vincula al principal aspirante para las elecciones nacionales, José Luis Espert, con dinero del narcotráfico.

Además, el Gobierno venía de perder casi todas las elecciones provinciales y, en particular, sufrió una dura derrota en la provincia de Buenos Aires. En esos días, periodistas de peso como Joaquín Morales Solá reconocían que, entre bambalinas, se hablaba de Asamblea Legislativa y de la posibilidad de un gobierno de transición.

A dos semanas de los comicios, cuando la Justicia le negó el cambio de boleta y el oficialismo debía enfrentar las urnas con la cara de un candidato sospechado de vínculos con el narcotráfico, el titular del Tesoro, Scott Bessent, y el propio Trump anunciaron un préstamo de 20 mil millones de dólares directamente desde el Tesoro de los Estados Unidos. Ese dinero frenó la corrida, hizo bajar el dólar y estabilizó la situación.

Además, Trump condicionó la efectivización del préstamo a la victoria de Milei. Esa intervención sembró pánico en buena parte de la sociedad, que comprendió —con razón— que una derrota de Milei podía desatar un desastre económico, y el Gobierno logró dar vuelta una situación que parecía catastrófica.

Luego vino la aprobación del Presupuesto, pese al intento oficial de colar por la ventana el artículo que derogaba las leyes de Financiamiento Universitario y de Discapacidad, maniobra que terminó postergando la discusión de la reforma laboral en el Senado y motivando el llamado a un paro general.

Quienes defienden al Gobierno podrían argüir que eso no fue mera suerte: que apoyaron a Trump antes de su vuelta, que interpretaron bien el cambio de viento político global, que su alineamiento geopolítico total con Estados Unidos en organismos internacionales fue decisivo e incluso que echaron a Diana Mondino por mantener, junto a la comunidad internacional, el voto tradicional argentino contra el embargo comercial a Cuba, en oposición a Estados Unidos e Israel.

Sin embargo, esos vientos de la extrema derecha se combinaron de una manera que terminó favoreciendo a Milei. Es decir: Trump ganó en Estados Unidos y, durante gran parte de su mandato, Milei fue su único aliado en América Latina.

Milei tuvo tanta suerte que los triunfos de Gustavo Petro en Colombia, de Gabriel Boric en Chile, de Lula da Silva en Brasil y de Luis Arce en Bolivia, de alguna forma, terminaron beneficiándolo. Estados Unidos, preocupado por el avance de China, necesitaba un aliado en Sudamérica, sobre todo en el triángulo del litio, el mineral clave para autos eléctricos y la transición energética.

Con los triunfos de Rodrigo Paz en Bolivia y de José Antonio Kast en Chile, el panorama cambia y Milei quedará en otro escenario. Veremos cómo se reconfigura; incluso el propio Trump podría perder las elecciones de medio término de este año que comienza y quedar como lo que la política denomina un “pato rengo”.

La fortuna

Decíamos que Maquiavelo distinguía voluntad y fortuna como dos elementos necesarios para gobernar. Aunque este fue el año de la fortuna, Milei no deja de exhibir una voluntad feroz, una determinación intrépida. Esto remite a la sentencia latina fortes fortuna adiuvat, “la fortuna ayuda a los valientes”. Es decir, la diosa romana Fortuna suele sonreír a los audaces.

La suerte favorece a quienes se arriesgan; no porque apostar asegure la fortuna, sino porque no puede haber fortuna en quien nunca apuesta. En ese sentido, este gobierno funciona como una martingala sistemática.

La martingala es una estrategia clásica de apuestas basada en una idea tan simple como peligrosa: doblar la apuesta tras cada pérdida con la expectativa de que una sola victoria recupere lo perdido y deje una ganancia igual a la apuesta inicial.

En su versión básica funciona así: se apuesta una unidad; si se pierde, al siguiente turno se apuesta 2; si se vuelve a perder, se apuesta 4; luego 8, 16, 32, y así sucesivamente. Cuando se gana una vez, se recuperan todas las pérdidas anteriores y, muchas veces, se obtiene una ganancia sustancial.

Cada vez que el Gobierno sufrió derrotas, recurrió a una narrativa que ligaba a la oposición con una conspiración destinada a derrocarlo, incluso implicando a potencias extranjeras. Reforzó su vínculo con Estados Unidos, votando casi en soledad junto a ese país e Israel en las Naciones Unidas, y viajando a encuentros fugaces con Trump o con Elon Musk.

Milei redobla y, cuando gana, recupera lo perdido y suma un poco más. El problema es que la martingala choca con dos límites concretos: el capital disponible y los límites de apuesta. Una racha prolongada de pérdidas hace que las apuestas crezcan exponencialmente y se vuelvan impagables; en pocas rondas, el monto requerido puede exceder cualquier presupuesto razonable.

Ese doble o nada permanente encontró su tope en la última discusión del Presupuesto, cuando Milei amenazó con vetar su propia ley por no haber sido aprobado el capítulo 11, tras intentar incluir el artículo 75 que derogaba las leyes de Universidades y Discapacidad. Evidentemente, debió entrar en razón para no tensar la relación con el FMI y Washington, que le exigieron asegurar mayorías parlamentarias. Milei tiene suerte y voluntad, pero tampoco quiere espantar a la gallina de los huevos de oro.

No nos gusta pensar en la suerte. El azar, por definición, es incontrolable, arbitrario y amoral: no favorece a buenas o malas personas, simplemente beneficia a unos y perjudica a otros sin atender a la justicia o la culpa.

La película Match Point, de Woody Allen, que explora precisamente el papel de la suerte en el devenir de los hechos, toma su metáfora fundacional del tenis: la pelota que toca la red y puede caer de un lado u otro. Ese instante mínimo, puramente azaroso, define victoria o derrota. Allen traslada esa lógica al plano social y moral: el protagonista, Chris Wilton, no triunfa por un talento o virtud excepcional, sino porque una sucesión de contingencias —encuentros fortuitos, silencios oportunos y casualidades materiales— lo favorecen. Con la suerte de su lado, incluso el crimen puede quedar impune.

En ese sentido, Match Point desmonta la narrativa meritocrática. Chris accede a la élite británica no por un esfuerzo heroico, sino por saber adaptarse, reproducir códigos y, sobre todo, por encontrarse en el lugar correcto en el momento oportuno. La película sugiere que el éxito social suele atribuirse retrospectivamente a cualidades personales cuando, en realidad, es el producto de una cadena de azares bien resueltos.

Otro eje temático es la indiferencia moral del mundo: no hay castigo trascendente ni justicia poética. A diferencia de la tragedia clásica, el crimen no conduce necesariamente a la caída del protagonista. El orden social no se recompone: simplemente continúa. La culpa existe, pero no como fuerza reparadora sino como ruido interior que las circunstancias pueden silenciar.

Finalmente, Match Point” plantea una tesis profundamente cínica y por eso eficaz: preferimos creer en el talento y el esfuerzo porque admitir la centralidad de la suerte significaría aceptar que el orden social es arbitrario. La película no ofrece consuelo ni redención; muestra, con frialdad casi clínica, que a veces la pelota cae del lado correcto y lo demás se acomoda después.

El ahora caído en desgracia Espert tuvo una frase aguda durante el kirchnerismo, en 2013: dijo que ese gobierno se sostenía por “soja y suerte”, en alusión a los altos precios internacionales de la materia prima y a condiciones políticas favorables.

No obstante, la suerte suele ser ambivalente: lo que en un aspecto es desgracia puede, en otro, resultar favorable. Algunos dirigentes peronistas sostienen que la muerte temprana de Néstor Kirchner generó un vacío de liderazgo que terminó condicionando al kirchnerismo. Al mismo tiempo, la viudez de Cristina Kirchner jugó un papel en su imagen, muy afectada tras la derrota de 2009 y la crisis con el campo.

Mauricio Macri contó cómo, tras escuchar a su mesa chica, decidió no presentarse en 2011 y atribuyó parte de ese desenlace a un elemento trágico y a la vez afortunado: la posible viudez de Cristina. “Estaba enardecido por las cosas que me hacía el kirchnerismo en la Ciudad. Según nuestro consultor, ganaba en 2011. Él dijo: ‘Brindemos porque voy a ser amigo de un presidente de Argentina, salvo que Cristina enviude, porque una viuda es invencible’. Y fue tal cual”, relató el expresidente.

Obviamente aquí se analiza el hecho sin considerar el costado humano de una muerte prematura. Aun así, los números y el testimonio de Macri y de su encuestador indican que ese evento fue determinante en la performance electoral. Por otro lado, muchos dirigentes peronistas tienen razón al afirmar que la ausencia de liderazgo también comprometió al kirchnerismo.

Desde la economía y la sociología, la discusión sobre la suerte surge como una crítica directa a las teorías meritocráticas, que postulan que las posiciones sociales reflejan esfuerzo, talento o decisiones individuales. Esta crítica parte de una premisa incómoda: incluso lo que consideramos “propio”, como capacidades, inteligencia o disciplina, está atravesado por factores que no elegimos y que, por tanto, no pueden justificar moralmente el éxito o el fracaso.

John Rawls formuló este argumento de modo concluyente al sostener que los talentos naturales son moralmente arbitrarios. Nadie elige el cuerpo con el que nace, la familia que lo cría ni el entorno que fomenta o inhibe ciertas habilidades. Si esas dotaciones iniciales son producto del azar, resulta injustificable que el orden social premie sin límites a quienes las poseen. Para Rawls, una sociedad justa no debe organizarse como una carrera donde gana el más dotado, sino como un sistema que compense esas desigualdades de origen.

La sociología radicalizó esta idea. Pierre Bourdieu mostró que lo que suele leerse como talento individual es muchas veces la traducción de un capital cultural heredado: maneras de hablar, de moverse y de interpretar el mundo que coinciden con las expectativas de las instituciones educativas y laborales. El éxito, entonces, no nace de un mérito puro sino del ajuste entre disposiciones incorporadas y estructuras que las valoran. La suerte de haber nacido en el “mundo correcto” aparece luego como virtud personal.

Desde la economía, esta crítica impacta sobre la noción de igualdad de oportunidades. Incluso donde las reglas formales son idénticas para todos, las trayectorias dependen de acumulaciones previas de ventajas y desventajas. La meritocracia suele soslayar estas asimetrías y leer los resultados como si fuesen el reflejo natural del esfuerzo, cuando son producto de una distribución inicial profundamente desigual.

En conjunto, estas perspectivas convergen en una conclusión: el mérito opera más como relato legitimador que como explicación real del orden social. Reconocer el papel de la suerte no niega la agencia individual, sino que admite que las biografías se construyen sobre una base azarosa que ninguna ética del esfuerzo puede eliminar.

Es decir: un hecho que en un momento puede ser buena suerte, en otro puede convertirse en condena. El león tiene la fortuna de haber nacido león cuando persigue a una cebra y de gozar de las ventajas de ser el rey de la selva; esa fortuna desaparece en los safaris, cuando cientos de cazadores persiguen su piel.

Probablemente Milei esté disfrutando ahora de hechos como el triunfo de Trump y su alineamiento total, que en otras circunstancias lo habrían dejado aislado. ¿Qué ocurriría si Trump perdiera las elecciones de medio término o debiera priorizar ayuda económica para otros aliados regionales y Milei se quedara sin apoyo externo frente a un nuevo cerco opositor? Eso se verá en el futuro.

A analistas políticos y a la gente en general nos cuesta aceptar el papel que la suerte ocupa en nuestras vidas. Da vértigo pensar que gran parte de nuestro bienestar y seguridad dependen de una sucesión de pequeños hechos que pueden fracasar. Pero eso escapa a nuestro control; lo que sí está en nuestras manos es la otra porción: la voluntad. Hacer el máximo esfuerzo y esperar que la suerte acompañe.

Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi

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