
En la última entrevista que le hicimos en Modo Fontevecchia a Miguel Ángel Pichetto hablamos, entre otros temas, del momento posterior a la victoria de Mauricio Macri en 2017, cuando tuvo que decidir entre ampliar su coalición con gobernadores peronistas —incluido el propio Pichetto— o cerrarse al PRO y apoyarse en sus aliados de Juntos por el Cambio sin compartir en exceso las decisiones. El diputado evocó una reunión en la que Macri pronunció un discurso convocando a construir una nueva mayoría en torno a asuntos clave en los que sí existía acuerdo.
Después de eso, el Gobierno giró hacia otra dirección y avanzó con lo que definió como su “reformismo permanente”: reformas laboral, previsional e impositiva. Macri se topó con una masiva movilización en la calle, no logró impulsar la reforma laboral y, aunque consiguió aprobar la previsional, el costo político fue tan alto que su gestión inició un declive acelerado. Si hubiera ampliado su base de sustentación, probablemente habrían salido proyectos menos ambiciosos, pero viables. Pichetto recordó que en 2019 Macri lo fue a buscar como candidato a vicepresidente, cuando ya resultaba tarde para recuperar el capital político perdido.
Al terminar su gobierno, Macri sacó una conclusión distinta a la planteada aquí. Según el expresidente, su gobierno fracasó por el freno que le ponían sus aliados radicales y de la Coalición Cívica. Dijo que, si volviera a ser presidente, “haría todo lo mismo, pero más rápido”. Utilizó además el término “buenismo” para referirse al costado con mayor sensibilidad social de su gestión.
Javier Milei parece haber heredado esa conclusión y busca doblegar y humillar a sus aliados. Eso provocó la caída de la primera Ley Ómnibus, que la Justicia rechazara el capítulo de reforma laboral incluido en el DNU 70/23 y que, más recientemente, se haya rechazado el artículo 11 del Presupuesto, que derogaba las leyes de discapacidad y el financiamiento universitario; en paralelo, la reforma laboral quedó postergada. El Gobierno intentó que sus aliados votaran en contra de dos leyes que ya habían apoyado en cuatro ocasiones. El Presidente exige un nivel de sumisión y humillación que pocos políticos podrían aceptar.
Un refrán anónimo dice que “el hombre es el único animal que choca dos veces con la misma piedra”. Es decir, se sostiene que los humanos necesitamos varias experiencias para procesar lo ocurrido. ¿Es realmente así o responde simplemente a una falta de autoestima colectiva, una especie mortificada por sus miserias y dramas existenciales?
Biológicamente, la afirmación no es del todo exacta. Los animales aprenden con gran eficiencia mediante el condicionamiento operante. Como planteó Edward Thorndike con su “Ley del Efecto”, un organismo evitará con rapidez cualquier conducta que le genere dolor o consecuencias negativas. Rara vez un animal repite un error que comprometa su integridad física o su acceso al alimento; su supervivencia depende de esa eficacia inmediata y de un aprendizaje asociativo muy sólido.
La diferencia está en que el ser humano no suele chocar con piedras físicas sino con piedras simbólicas. Sigmund Freud exploró esto a través de la “compulsión de repetición”, señalando que recreamos situaciones fallidas por conflictos inconscientes no resueltos. Séneca afirmó que, aunque errar es humano, persistir en el error es “diabólico” o necio. A diferencia del animal, que responde al estímulo directo, el humano está mediado por el ego y por sesgos cognitivos que lo llevan a ignorar la evidencia del fracaso anterior. Tropieza de nuevo porque, con frecuencia, la piedra forma parte invisible de su propia estructura mental. Milei comete el mismo error de Macri al querer pureza y encerrarse en su propio círculo.
Tras el rechazo en Diputados al capítulo 11 del Presupuesto, desde el Gobierno trascendieron versiones de que Milei vetaría su propio proyecto y prorrogaría por un año el devaluado Presupuesto 2023. En nuestra última columna, titulada “Día 739: Milei acelera contra el Congreso”, advertimos que eso podría complicar sus relaciones con acreedores que piden mayor estabilidad institucional para seguir otorgando crédito. Ayer, en el programa de Luis Majul en La Nación+, el Presidente despejó esa duda, pero generó otras: “Lo que sí vamos a hacer es acomodar las partidas, lo vamos a corregir por la vía de la reasignación de gastos en el resto del presupuesto o de la reformulación de los recursos en las propias áreas”, sostuvo.
¿Era necesario amenazar con el veto y transformar un triunfo legislativo en derrota? Resulta llamativo que el Presidente dijera que “acomodaría las partidas para respetar el déficit cero”. ¿Qué significa eso en la práctica? ¿Subejecutar partidas? ¿Gastar menos en salud, educación y asistencia social sobre una base ya ajustada? En términos concretos: ¿se ajustará más en algunas áreas para compensar la caída del capítulo 11? Ahí está otro error de Milei. En lugar de intentar recuperar a sus aliados —reconociendo en parte sus argumentos sobre discapacidad y financiamiento universitario y debatiendo con ellos cómo afrontar el déficit— avanza de forma unilateral sobre el presupuesto. ¿Qué sentido tiene votar un presupuesto y asignar partidas que luego no se ejecutarán?
Ya en febrero del año pasado, cuando caprichosamente Milei retiró la Ley Ómnibus por falta de aprobación y tuvo que esperar medio año para sancionar la Ley Bases con apenas un tercio de los artículos originales, Pichetto advirtió al Gobierno sobre los problemas de esa orientación. “Al oficialismo les pedimos que tengan una cuota de flexibilidad. Les encanta seguir perdiendo”, dijo entonces.

Para entender mejor la orientación del Gobierno, escuchemos al analista Sergio Berensztein, quien trazó la misma comparación entre Milei y Macri y añadió a Cristina Kirchner a la reflexión. “Hace 44 años que empecé a estudiar y el concepto más importante que aprendí es que hay que ser generoso en la victoria”, dijo al ser consultado sobre si Milei repite el error de Macri.
“Generosos en la victoria”. Puede haber aquí una parte de idiosincrasia argentina: recuerdo la tradición de la gastada en el fútbol o en la política al derrotar al rival, como si se necesitara de la humillación del otro para terminar de convalidar una victoria. El problema es que cuando se humilla y se acorrala al otro, lo más probable es que reaccione. Pedir a diputados del PRO, radicales y peronistas disidentes que voten en contra de las universidades y la discapacidad cuando ya lo hicieron a favor cuatro veces es exigirles que renuncien a toda identidad política: convertirlos en simples levantadores de mano a cambio de coparticipación para sus provincias. ¿Qué destino político puede tener un simple levantador de manos? ¿Por qué Javier y Karina Milei no los reemplazarían luego por levantadores de manos aún más obedientes, sin pasado que no sea violeta puro?
Esto remite al caso de un grupo de cinco legisladores conocidos como los “radicales peluca”. Integrado por Mariano Campero (Tucumán), Martín Arjol (Misiones), Luis Picat (Córdoba), Pablo Cervi (Neuquén) y José Federico Tournier (Corrientes), protagonizó uno de los giros políticos más comentados de 2024. En junio, esos diputados impulsaron y votaron a favor de la ley de movilidad jubilatoria, un proyecto de autoría radical pensado para recomponer haberes frente a la inflación. Tras una reunión y una foto con el presidente Milei en la Casa Rosada, cambiaron drásticamente de postura en septiembre: en la sesión que trató el veto presidencial a esa ley votaron en contra de la insistencia del proyecto que ellos mismos habían apoyado meses antes.
Los legisladores justificaron su cambio con la necesidad de “preservar el equilibrio fiscal” y mantener el “déficit cero” que el Gobierno consideraba amenazado por el aumento a los jubilados. Campero y Arjol fueron las caras más visibles del giro, defendiendo la postura oficialista pese a las críticas internas. La situación generó una profunda fractura en la Unión Cívica Radical, que llevó a la Convención Nacional a suspender sus afiliaciones. El episodio quedó sellado simbólicamente con un asado en la Quinta de Olivos, donde Milei agasajó a los “87 héroes” que blindaron su veto.
Pensemos en esos legisladores por un momento. Si Milei decidiera prescindir de sus candidaturas, ¿dónde tendrían cabida políticamente? ¿Representan valores radicales de centro, con instituciones fuertes y respaldo a la universidad y la salud pública, o solo pueden ser votados por la base electoral de Milei, que, si no los elige como candidatos, los deja fuera del juego? Incluso desde la óptica del electorado libertario cabe preguntarse: ¿cómo saber que esos diputados acompañarán al Gobierno cuando la situación sea adversa y no volverán a acomodarse a la circunstancia?
Quien reflexionó sobre cómo deben actuar quienes adhieren a este Gobierno fue el influencer Sergio “Tronco” Figliuolo, hoy electo diputado nacional. “Hay cosas en las que hay que ser termo. Hay un montón de cosas que están bien”, dijo en el canal de streaming Neura, con un termo pegado con cinta a la cabeza. La Argentina en la que vivimos parece una distopía permanente.
A quien también puede inscribírsele en este patrón de errores es a la propia Cristina. Podríamos identificar dos grandes momentos en sus dos gobiernos. Todo comenzó con el conflicto por la Resolución 125 en 2008, el enfrentamiento con el sector agropecuario que sumergió al gobierno de la expresidenta en una crisis de legitimidad sin precedentes. El voto “no positivo” de su vicepresidente, Julio Cobos, simbolizó una fractura interna que se tradujo en una derrota electoral en 2009 frente a Francisco de Narváez. En aquel momento, buena parte del arco político y mediático diagnosticó un “fin de ciclo” prematuro. Sin embargo, el núcleo duro kirchnerista no optó por el repliegue sino por profundizar la agenda mediante lo que llamaron redoblar la apuesta.
Para reconstruir el camino hacia la victoria de 2011, el oficialismo desplegó medidas de fuerte impacto simbólico y social. La implementación de la Asignación Universal por Hijo (AUH), la reestatización de los fondos jubilatorios (AFJP), la sanción de la Ley de Medios y la aprobación del matrimonio igualitario permitieron recuperar la iniciativa y movilizar a sectores juveniles que se incorporaron masivamente a la militancia. Además, el contexto económico mostró recuperación tras la crisis global de 2009, con un notable impulso al consumo interno. El hecho bisagra fue la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010: el impacto emocional transformó la percepción pública de la presidenta y la situó como una líder resiliente llamada a completar un legado.
El Bicentenario de 2010 ya había mostrado una efervescencia popular que el Gobierno supo capitalizar, y todo culminó en el histórico 54,11% de votos en 2011, una cifra que dio sensación de hegemonía bajo el lema “Fuerza Cristina”. Es llamativo que quien quedó segundo detrás de Cristina fuera Hermes Binner, del Partido Socialista, con un programa también progresista pero crítico del campo y de la corrupción kirchnerista: la hegemonía de los valores sostenidos por el kirchnerismo era entonces muy fuerte en la sociedad.
El descenso hacia la derrota de 2013 comenzó casi de inmediato después de ese triunfo. La radicalización del discurso bajo la consigna “vamos por todo” coincidió con el agotamiento de ciertas variables económicas. La instauración del cepo cambiario para frenar la fuga de divisas, junto con una inflación que empezaba a erosionar el salario real, generó malestar en las clases medias. El quiebre institucional y social fue la Tragedia de Once, en febrero de 2012: el choque del tren Sarmiento expuso fallas graves en la gestión del transporte y la corrupción en los subsidios, quebrando la narrativa de un Estado eficiente. A eso se sumó el enfrentamiento con el sindicalismo de Hugo Moyano y las masivas protestas del 8N por el Impuesto a las Ganancias.
La fragmentación del peronismo fue el golpe definitivo: Sergio Massa, antiguo jefe de Gabinete de Cristina, rompió con el oficialismo y fundó el Frente Renovador. En las elecciones legislativas de 2013, Massa derrotó al candidato kirchnerista en la provincia de Buenos Aires, cerrando la puerta a una reforma constitucional para una reelección indefinida y marcando el inicio del declive electoral del espacio.
Esos momentos llamados “reformismo permanente” o “vamos por todo” constituyen un error recurrente de los gobiernos. Las victorias suelen embriagar y empujan a buscar una hegemonía que supere los contrapesos republicanos; entonces chocan con las instituciones democráticas y terminan siendo actores de su propia destrucción.
En ese sentido, podemos sentirnos orgullosos de la democracia que estamos construyendo: con todos sus defectos y límites, ha impuesto límites a esos espacios políticos. La división de poderes, el periodismo, la sociedad movilizada y el resto de los partidos han funcionado como contrapesos válidos a lo largo de estos 42 años de democracia.
Los seres humanos somos los únicos animales que tropezamos dos veces con la misma piedra porque nuestros obstáculos suelen ser internos. La mejor forma de aprender a eludirlos es a través de la escucha mutua. Nadie posee la verdad absoluta y cada uno carga con sus propias dificultades; la clave para no persistir en el error reside en compartir las lecciones aprendidas y exponerlas al juicio ajeno. Al hacerlo, descubrimos con frecuencia que nuestras piedras personales guardan una profunda similitud con las de los demás.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
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