
El Gobierno sufrió un traspié al intentar incorporar el artículo 75 en el diputados-debate-el-presupuesto-2026-reformas-del-procedimiento-y-regimen-penal-tributario.phtml">Presupuesto 2026, norma que buscaba derogar las leyes de Financiamiento Universitario y de Emergencia en Discapacidad, y terminar perdiendo la votación. Según trascendió desde la administración libertaria, Javier Milei dijo que “así el presupuesto no servía” y que incluso podría vetarlo.
La maniobra, impulsada por el presidente de Diputados, Martín Menem, consistió en introducir ese artículo dentro del Capítulo XI del Presupuesto, donde, entre otras partidas, se asignaba la coparticipación adeudada a la Ciudad de Buenos Aires, gobernada históricamente por el PRO, aliado clave de los libertarios. Lo que buscaba Menem era forzar a los amarillos y a otros aliados a votar en contra de las universidades y de la discapacidad para preservar esos recursos para su distrito, a pesar de que días antes habían apoyado esas leyes. El resultado fue el rechazo de todo el capítulo.
Tras esa derrota, el Gobierno continuó tensionando a sus socios. Cerró un acuerdo con el kirchnerismo, fuera del temario, para el reparto de cargos en la Auditoría General de la Nación, un cargo que el PRO reclamaba para sí, y Cristian Ritondo, uno de los que más insistió en aliarse con La Libertad Avanza en las últimas elecciones, marcó distancia y anticipó que judicializaría esa parte de la sesión por considerarla ilegal. Como explicaron él y otros diputados, en sesiones extraordinarias no pueden tratarse temas que no estaban incluidos en el temario.
Ese efecto dominó provocó un desorden en el Senado. La oposición “dialoguista” se acercó a la flamante jefa de la bancada libertaria, Patricia Bullrich, y le advirtió que, por lo ocurrido en Diputados, no acompañaría el proyecto de Reforma Laboral y que, aun si se votara la semana próxima, no contaba con los votos necesarios. Bullrich aplazó la decisión hasta febrero para intentar recomponer el vínculo con sus aliados.
Una vez más, Milei amenaza con llevarse puesto al Congreso: plantea vetar el presupuesto y prorrogar el vigente, como hizo los dos últimos años. Así podría avanzar con su tijera sin consultas y ejecutar exenciones tributarias por vías más directas. Sin embargo, hay quienes sostienen que ese camino sería inviable para un Gobierno tan dependiente del crédito externo.
Los préstamos requieren cierto nivel de estabilidad institucional: es razonable esperar esto, ya que en un país con alternancia democrática la devolución de un crédito puede atravesar varios gobiernos. Si no existe estabilidad y solo el gobierno de turno asume el compromiso, administraciones posteriores podrían desconocerlo al alegar que nunca estuvieron de acuerdo en contraerlo.
¿Creerá Milei que por su relación con Donald Trump está exento de estas exigencias? Según trascendió desde el Tesoro norteamericano por boca de Scott Bessent, no habrá más desembolsos de salvataje para Argentina. Aun así, Milei podría pensar que hace dos años no hay presupuesto y que ya cuentan con un nuevo préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y otro gestionado por el propio Bessent, por lo que podría continuar con la misma estrategia.
Retirar una ley propia porque no tolera las modificaciones que propone la oposición ya ocurrió anteriormente: en la primera Ley Bases, conocida como Ley Ómnibus, en febrero de 2024. Entonces, como ahora, el Gobierno argumentó que los cambios solicitados por la oposición hacían inviable la norma por el costo fiscal que implicarían determinadas concesiones.
En el caso de Discapacidad y Universidades, el costo fiscal conjunto es del 0,75% del PBI. A modo de comparación, las exenciones impositivas y de cargas patronales previstas en la Reforma Laboral implican un costo del 0,8% del PBI. Es decir, el Gobierno no siempre prioriza el equilibrio fiscal: se trata de una decisión ideológica más que de preocupación por el déficit. El Presidente considera que reducir el costo laboral fomentará empleo y entiende ese 0,8 como una inversión, mientras que la educación pública y los sectores vulnerables, como las personas con discapacidad y sus familias, son vistos como gasto.
Probablemente, la razón de este particular encono que Milei tiene contra estas leyes tenga más de político que de económico. Se trata de iniciativas impulsadas por la oposición que cuentan con fuerte respaldo social y que encarnan una visión del Estado basada en la justicia social. Es plausible que Milei tema que, si cede ante la presión callejera y la opinión pública, otros colectivos afectados por su tijera también exigirán mejoras y movilizarán para incluirlos en el gasto. Ceder en estos proyectos lo expondría como débil y erosionaría su imagen de implacable.
Si eso fuera cierto y Milei acelera su ofensiva contra el Congreso, la oposición enfrentará un dilema complicado. Si persisten en defender a las universidades y a la discapacidad, Milei podría dejar al país sin presupuesto y avanzar con ajustes sobre el resto sin discusión, además de tomar represalias en materia de coparticipación provincial. Eso empujaría a los gobernadores a una oposición más dura, y Milei respondería con decretos y vetos, contando ahora con el tercio necesario para blindarlos.
Para sostener esa estrategia debe creer que obtendrá respaldo de EE. UU. en cualquier circunstancia. Así, cada votación que afecte a colectivos vulnerables provocaría movilizaciones y un caos permanente que también perjudicaría a gobernadores e intendentes. Si estos ceden, pierden perfil político y dejan de representar a quienes apoyan a las universidades y a las personas con discapacidad —la mayoría de la sociedad—; terminarían representando solo a la base libertaria, que por ahora tiene un único dueño: el propio Presidente. Es decir, ceder es convertirse en un empleado político sin decisión de Milei.

Milei parece jugar al riesgo extremo —al famoso “juego de la gallina”—, uno de los modelos más fascinantes y peligrosos de la teoría de juegos: ilustra cómo una confrontación máxima puede llevar a la destrucción mutua si ninguna de las partes cede. La versión clásica presenta a dos conductores que se lanzan a gran velocidad en sentido contrario; el primero que se desvía es tildado de “gallina”, y quien se mantiene recto gana prestigio.
Pero si ambos mantienen la postura y no se apartan, el choque frontal es catastrófico y ambos pierden. Ese modelo resume las estrategias de confrontación —la política al borde del abismo— donde el éxito depende de convencer al adversario de que uno es lo bastante irracional como para no retroceder nunca.
En consecuencia, la racionalidad puede convertirse en una debilidad en contextos de confrontación extrema: si el oponente sabe que uno siempre evitará el peor de los escenarios (el choque), puede explotar esa prudencia para forzarlo a ser la “gallina”.
Entonces, ¿es sensato optar por la sensatez? Si Milei apuesta a la racionalidad de sus adversarios para imponerse, ¿es razonable dejar que lo haga? Si eso fuera siempre cierto, siempre conseguiría lo que quiere. Por otra parte, hace ya dos años que no contamos con un presupuesto y, gracias a esa situación, Milei logró avanzar con lo que él mismo llama “el ajuste fiscal más grande de la historia”.
La fábula del escorpión y la rana es una poderosa metáfora sobre la fatalidad del carácter y la imposibilidad de escapar a la propia esencia, aun cuando la razón indique lo contrario. La historia narra cómo un escorpión, incapaz de nadar, pide a una rana que lo transporte a la otra orilla. La rana, temerosa de ser picada, se niega hasta que el escorpión, con aparente lógica, le asegura que no tendría sentido matarla porque ambos morirían ahogados.
Convencida por esa lógica de supervivencia mutua, la rana accede. Sin embargo, en medio del río siente el aguijonazo letal; mientras ambos se hunden, alcanza a preguntar por qué lo hizo, si así morirían los dos.
El escorpión responde, con una frialdad trágica, que no pudo evitarlo: esa es su naturaleza. Esa explicación anula cualquier análisis que se base únicamente en el interés propio o en la teoría de juegos que asume actores racionales. A diferencia de modelos como el dilema del prisionero, donde los jugadores buscan maximizar beneficios, el escorpión actúa por un impulso que incluso desprecia su propia conservación.
La moraleja resuena en política y psicología: hay comportamientos y estructuras que la negociación y la lógica externa no logran modificar. En un mundo que intenta explicarlo todo por incentivos, la fábula recuerda la existencia de la pulsión destructiva y la rigidez del carácter. Confiar en la razón de un actor cuya naturaleza es agresiva puede ser un error fatal. Al final, la rana muere no por falta de inteligencia, sino por creer que la lógica del otro bastaría para contener su esencia. A veces, el sistema o el individuo están programados para una función específica y esperar otro comportamiento es ignorar la realidad del adversario.
En el caso de Milei, estos juegos al filo de la democracia erosionan las instituciones. Si el Congreso no puede legislar con normalidad porque el Gobierno amenaza con dejar al país sin presupuesto y, además, no cumple leyes que considera inconvenientes —como pasó con Discapacidad y Universidades—, la polarización impulsada desde el Ejecutivo puede terminar unificando a la oposición, algo que solo se logró de manera puntual en algunos momentos del año en el Congreso.
Durante buena parte de las leyes impulsadas por la oposición, lo que quizá impidió construir una alternativa política fue la tesis de Cristina Kirchner sobre el “yogur vencido”; no sé si la recuerdan. Según la ex presidenta del PJ, la debilidad del plan económico del Gobierno provocaría pérdida de imagen y la sociedad regresaría al peronismo.
“Este plan tiene vencimiento como el yogur”, dijo la expresidenta. Si eso fuera cierto, ¿qué sentido tenía esforzarse en transformaciones, autocríticas y acuerdos con sectores opositores con los que hay diferencias históricas? Bastaba con ser un yogur no vencido: aunque desagradable para parte de la sociedad, sería elegido frente a la descomposición del rival. La realidad fue distinta: hubo desastre económico y caída de popularidad de Milei, pero no prosperó el “yogur peronista”; la sociedad optó por darle una nueva oportunidad al yogur vencido.
En cada derrota en el Congreso, Milei habló de principio de revelación. Ese principio plantea que en un sistema donde los participantes ocultan información o actúan con astucia, puede diseñarse un mecanismo que haga que decir la verdad sea la estrategia dominante. En términos simples, no haría falta reglas complejas para adivinar lo que otros piensan; bastaría crear incentivos para que a cada actor le convenga ser honesto.
Si el sistema está bien diseñado, la verdad deja de ser un riesgo y se convierte en la herramienta más eficiente para maximizar el propio beneficio. Eso simplifica la economía y la toma de decisiones, transformando juegos de engaños en procesos transparentes donde los intereses privados se alinean con el objetivo general y nadie gana mintiendo.
Así, para Milei la votación funcionó como un mecanismo para desnudar a los diputados que en realidad están en contra de su Gobierno. Partiendo de la premisa de que la mayoría de la sociedad lo acompaña, esto erosionaría a la oposición “dialoguista” frente al electorado compartido con los libertarios.
Si Milei se niega a discutir el Presupuesto y lo retira, puede ocurrir que actúe como principio de revelación, pero en su contra: un Gobierno al que solo le importa que las decisiones se tomen a su manera, sin atender al debate democrático ni a las objeciones sobre colectivos vulnerables como las personas con discapacidad.
Queda por verse si el Gobierno volverá al camino de los vetos y los DNUs dejando al Congreso al margen, o si optará por una gobernanza más institucional y de consensos. Eso será decisivo: Milei no tiene mayorías en ninguna cámara y esa realidad determinará si sigue avanzando contra el sistema democrático o si gira hacia su fortalecimiento. Esperamos que elija la opción correcta y que la oposición encuentre la mejor forma de responder a la encerrona que plantea Milei.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
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