
En el contexto de la transición energética, los vehículos eléctricos han cobrado relevancia en la movilidad sostenible. Sin embargo, en países con una abundante biomasa —como Argentina, Brasil, Colombia o Paraguay— el bioetanol se presenta como una solución inmediata, eficiente y accesible, alineada con nuestras capacidades productivas, la infraestructura existente y los objetivos de descarbonización.
La transición energética no puede ser un desfile de modas tecnológicas: debe constituir una estrategia nacional. En regiones con una agricultura vigorosa y disponibilidad de biomasa, el bioetanol ofrece beneficios como el ahorro de divisas y reducciones en las emisiones, además de generar empleo federal, asegurar la alimentación y promover la soberanía energética.
Contamos con ventajas comparativas y competitivas para la producción de biocombustibles. Nuestros vecinos ya las han aprovechado: en promedio, sus gasolinas contienen al menos un 25% de etanol. Un ejemplo paradigmático es Brasil, donde casi la mitad del combustible utilizado en el transporte es bioetanol. En contraposición, Argentina se encuentra estancada en una mezcla del 12%, un porcentaje sorprendentemente bajo considerando su potencial.
Una transición inteligente no solo debe ser sostenible, sino también fomentar el desarrollo local a través del valor agregado de nuestras materias primas, asegurando al mismo tiempo su viabilidad económica.
Para que Argentina logre un 30% de movilidad eléctrica, se estima que será necesaria una inversión superior a los 300.000 millones de dólares, que incluiría: a) renovación de vehículos; b) nueva generación eléctrica (preferentemente renovable); c) cargadores domiciliarios y públicos; d) expansión del transporte de energía; y e) refuerzo de la distribución. ¿Estamos preparados para avanzar en esta dirección? ¿Es factible a corto y mediano plazo?
Por el contrario, aumentar los beneficios del bioetanol, elevando la mezcla del 12% al 17% —un corte que es completamente compatible con la flota actual— requeriría inversiones cercanas a 650 millones de dólares (a cargo del sector privado), aprovecharía la logística existente y fomentaría nuevos polos de desarrollo agroindustrial en el interior del país.
Los vehículos eléctricos son una alternativa valiosa, pero sus cuellos de botella —que abarcan desde la minería y el peso, hasta el reciclaje de baterías, los costos y la disponibilidad de insumos, así como la red de carga— los hacen menos atractivos en países de ingresos medios y en extensas regiones como la nuestra, además de que la matriz eléctrica sigue dependiendo en gran medida de los hidrocarburos.
La “emisión cero” en el uso no siempre significa “cero emisiones” a lo largo del ciclo de vida, por lo que no es justo que un consumidor asuma que su elección contribuye considerablemente a la salud del planeta sin informarle que la electricidad de su vehículo proviene de derivados del petróleo, o que, según análisis de ciclo de vida, las emisiones totales de un vehículo de combustión que utiliza bioetanol, biodiésel o diésel sintético pueden ser comparables —e incluso menores, en ciertos casos— a las de un eléctrico.
El consumidor merece contar con más y mejores opciones de movilidad. Otro paso fundamental sería permitir en Argentina la circulación de vehículos flexibles (Flex Fuel), capaces de utilizar hasta un 100% de etanol, en un mercado competitivo frente a combustibles fósiles como el GNC y la gasolina. En Brasil, el 85% de los compradores opta por vehículos Flex —muchos de ellos fabricados en Córdoba—, mientras que estas tecnologías aún no están habilitadas en general en el país.
El mundo presenta un amplio abanico de soluciones, como los híbridos a etanol —entre los menos contaminantes—. Argentina no debería cerrarse a ninguna opción, menos aún a aquellas que puede producir competitivamente, acelerando así su desarrollo ambiental, económico y social.
El bioetanol, en definitiva, se erige como un puente privilegiado entre desarrollo y descarbonización: requiere de una política pública “ganar-ganar” que movilice inversiones privadas, dinamice las economías regionales y reduzca emisiones hoy, no en décadas. Si buscamos una transición justa, rápida y viable, conviene iniciar con lo que poseemos y con lo que sabemos hacer.
El autor es director ejecutivo de la Cámara de Bioetanol de Maíz