
El explosivo crecimiento demográfico y la industrialización de la Manchester victoriana provocaron una crisis inédita en la gestión de residuos humanos. A fines del siglo XIX, la ciudad quedó desbordada por la acumulación de excrementos, lo que obligó a las autoridades a recurrir a soluciones innovadoras y, en ocasiones, polémicas para sanear una urbe en expansión.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Manchester registró un aumento vertiginoso de habitantes y fábricas que multiplicó la cantidad de desechos humanos. La infraestructura de eliminación, concebida para una ciudad mucho más pequeña y menos industrializada, resultó insuficiente ante las nuevas demandas. El historiador Richard Jones describe en History Extra cómo, en ese período, la ciudad empezó a tener serios problemas para gestionar las enormes cantidades de residuos contaminantes producidos tanto por la población como por la industria.
El panorama sanitario era alarmante. En 1860 el reformador Dr. Southwood Smith relató las condiciones de un retrete en Manchester: “El suelo… está completamente cubierto, a varios centímetros de profundidad, de ceniza y excrementos, de modo que es imposible llegar al asiento sin estar cubierto de una suciedad abominable. El asiento está completamente manchado, y en algunas zonas, cubierto a varios centímetros de profundidad con la misma suciedad”. Estas escenas evidenciaban la magnitud del problema y la urgencia de hallar soluciones.
A mediados del siglo XIX, la ciudad producía más de 100.000 toneladas de excrementos al año. Los residuos se recogían en ceniceros —fosas a cielo abierto donde se mezclaban desechos domésticos y excrementos con cenizas para secarlos y desodorizarlos— y letrinas. Posteriormente se transportaban en ferrocarril a regiones agrícolas de Yorkshire, Lincolnshire y Nottinghamshire, donde se empleaban como abono. Este sistema, aunque útil en sus inicios, resultó costoso y fue perdiendo aceptación.
La introducción de los inodoros de cubo supuso un avance importante. Estos dispositivos reemplazaron los pozos negros y ceniceros abiertos por contenedores sellados que podían vaciarse regularmente. Hacia fines de la década de 1870, Manchester contaba con 28.000 inodoros de cubo y 10.000 retretes, lo que permitió eliminar la mayoría de los sistemas antiguos. Sin embargo, el volumen de residuos seguía creciendo: en 1884 la ciudad gestionaba unas 200.000 toneladas anuales.
A pesar de las dificultades, los residuos tenían valor económico. Se vendían como estiércol nocturno o se procesaban en polvo seco para su uso agrícola, llegando a granjas situadas hasta 160 kilómetros de distancia en menos de un día.
La modernización de la infraestructura doméstica avanzó con rapidez, aunque la adaptación de viviendas existentes resultó más compleja. Las autoridades exigieron a los propietarios la instalación de sanitarios, mientras que en las nuevas construcciones la conexión al alcantarillado se integró desde el inicio.
Sin embargo, la escasez de agua en Manchester dificultó la implantación de un sistema de alcantarillado eficaz. Además, la Ley de Prevención de la Contaminación de los Ríos de 1876 prohibió el vertido de aguas residuales sin tratar, lo que eliminó una vía tradicional de eliminación.
En busca de alternativas, la ciudad adquirió en 1886 Carrington Moss, una zona de 242 hectáreas de terreno pantanoso y 200 hectáreas de tierras agrícolas en las afueras. Se construyeron carreteras, alcantarillas y un tren ligero para transportar los residuos. Sin embargo, el crecimiento poblacional superó la capacidad del lugar: en cinco años la población aumentó en más de 150.000 personas, generando 20.000 toneladas adicionales de excrementos anuales.
Ante la inminente saturación de Carrington Moss, el Comité de Limpieza de Manchester propuso en 1892 adquirir Rampton Manor, una finca agrícola en Nottinghamshire, para transportar allí 20.000 toneladas de residuos al año por ferrocarril. El plan prometía aliviar la presión sobre los depósitos urbanos y beneficiar a los agricultores con abono. Sin embargo, la propuesta desató una fuerte oposición en las comunidades rurales de Rampton, Gainsborough y Retford.
La consulta pública organizada por la Junta de Gobierno Local evidenció el choque de intereses. Mientras Manchester veía la iniciativa como una solución práctica, los residentes rurales la percibían como una amenaza ambiental y una invasión indeseada. Las preocupaciones giraban en torno a la capacidad del suelo para absorber el estiércol, el riesgo de contaminación del agua y la posibilidad de enfermedades. El vicepresidente del Comité de Salud del Consejo del Condado de Nottingham, el Sr. Earp, resumió el sentir local: “Cada ciudad debería valerse por sí misma”.
Finalmente, la Junta de Gobierno Local rechazó la solicitud de Manchester para obtener un préstamo de 60.000 libras destinado a la compra de Rampton Manor, obligando a la ciudad a abandonar el proyecto. Tras el fracaso, Manchester optó por adquirir Chat Moss, otra zona pantanosa más cercana, en 1895. Este nuevo vertedero permitió absorber hasta 50.000 toneladas de residuos anuales.
Paralelamente, el debate sobre el alcantarillado se extendió a nivel nacional. El sistema de alcantarillado de terraplén de Londres, diseñado por Joseph Bazalgette, evacuaba los residuos al Támesis, pero no era la única alternativa. El reverendo Henry Moule patentó un sistema de inodoros de tierra seca, similar a los actuales sanitarios de compostaje, que despertó interés como solución sostenible.
El sistema principal de drenaje de Manchester, diseñado a finales de la década de 1880, solo pudo funcionar plenamente tras la construcción del embalse y acueducto de Thirlmere, completado en 1894, que aportó el agua necesaria desde el Distrito de los Lagos.
Las decisiones tomadas por los ingenieros victorianos en materia de saneamiento urbano han dejado una huella profunda en la gestión moderna de aguas residuales. El modelo de alcantarillado combinado, que mezcla residuos domésticos, industriales y aguas pluviales, ha generado desafíos persistentes que aún se debaten en la actualidad.

