
En las profundidades del Parque Nacional de Žemaitija, al oeste de Lituania, una región adornada con idílicos lagos, humedales, antiguas poblaciones y bosques, a 48 kilómetros del mar Báltico, los operadores de misiles soviéticos esperaban en secreto, listos para llevar a cabo la destrucción de Europa Occidental.
Hoy, el antiguo complejo secreto, conocido como la Base de Misiles de Plokštinė, se erige como la atracción más visitada del país. Solo el año pasado, más de 35,000 personas de todo el mundo exploraron este inquietante mundo subterráneo, que alberga salas secretas, pasadizos y un silo de misiles que se sumerge 30 metros bajo tierra, según reporta CNN Travel.
Varias filas de alambre de púas reciben a quienes llegan a las instalaciones. Luego se distinguen cuatro cúpulas blancas que contrastan con el verde del bosque: los búnkeres que alguna vez albergaban armas de destrucción masiva. Estas estructuras se alzan como hongos parásitos que desentonan con su entorno.
El recorrido por el museo guía a los visitantes a través de salas subterráneas, corredores y un silo de misiles. Según describe la cadena norteamericana, transitar por el oscuro laberinto provoca una sensación inquietante, especialmente por la abundancia de parafernalia soviética: estatuas de Lenin y Stalin, condecoraciones militares, cerámicas y banderas con la hoz y el martillo.
Las atracciones más fascinantes son los restos abandonados de tecnología militar. El esqueleto de la antigua central eléctrica se asemeja al escenario perfecto para un videojuego. Existe una gigantesca sala que solía almacenar el combustible para misiles. El punto central es el silo. Los visitantes se sienten pequeños y aturdidos al borde del agujero de 30 metros que desciende hacia el abismo.
Lituania —en aquel entonces parte de la República Socialista Soviética de Lituania de la URSS— era el lugar idóneo para almacenar ojivas nucleares dirigidas a países de la OTAN. Enfrentándose a Escandinavia a través del mar Báltico, se convirtió en una zona altamente militarizada, con bases de misiles, ciudades militares y guarniciones. Las vecinas Letonia y Estonia —también parte de la URSS— padecieron un destino similar.
El bosque de Plokštinė, alejado de la civilización, ofrecía las condiciones perfectas para construir un complejo subterráneo secreto. El cercano lago Plateliai, de 7.4 kilómetros cuadrados, suministraba agua para los sistemas de refrigeración, la población de las aldeas circundantes era escasa, y el suelo blando y arenoso facilitaba las excavaciones.
La base de misiles de Plokštinė fue concluida en 1962, tras dos años de construcción que involucraron a más de 10,000 trabajadores de toda la Unión Soviética. Este complejo representó un ambicioso proyecto militar, siendo una instalación emblemática de su tipo en la URSS. El centro de mando subterráneo contaba con una red de corredores y cuatro pozos de 30 metros que albergaban misiles tierra-tierra R-12 Dvina. Además, incluía una central eléctrica subterránea para generar energía en situaciones de emergencia.
Un proyecto de tal magnitud no pasó desapercibido para la población local. Aušra Brazdeikytė, guía del Museo de la Guerra Fría, nació en un pueblo cercano y ha vivido toda su vida en esa región. “La gente desconocía el tipo de armas almacenadas allí, pero conocíamos este lugar”, afirmó al medio.
Los soldados se convirtieron en parte integral de la vida local, y la maquinaria pesada que transportaba equipo militar era un sonido habitual. “Colaboramos con soldados de distintas repúblicas soviéticas en granjas colectivas, pero nunca discutimos sobre temas militares”, recordó Brazdeikytė a CNN Travel. Hacer preguntas inapropiadas podía tener consecuencias trágicas en la Unión Soviética.
El complejo estaba estrictamente vigilado, con una cerca eléctrica que se extendía tres kilómetros alrededor de la base. La densa vegetación del bosque dificultaba aún más el acceso, por lo que los lugareños no intentaron acercarse.
Todo este secretismo tuvo su efecto. La inteligencia estadounidense recién descubrió la base en 1978 a través de reconocimiento satelital. Para entonces, los soviéticos ya habían desmantelado la instalación como parte de los acuerdos de desarme de cohetes con Estados Unidos.
Tras la declaración de independencia de Lituania de la Unión Soviética en 1990 y la posterior caída del Telón de Acero, la base quedó completamente abandonada y saqueada en busca de su metal.
A pocos pasos de los cuatro silos se sitúa un pueblo fantasma que nunca recibió un nombre. Originalmente, albergaba a aproximadamente 300 soldados y oficiales que trabajaban en la base de misiles.
Luego del desmantelamiento de la base, algunos edificios administrativos de la ciudad se transformaron en un campamento de verano infantil. Llamado Žuvėdra (gaviota), funcionó de 1979 a 1990. Hoy, poco queda de la ciudad militar. La imagen más cautivadora son una serie de antiguos hangares de almacenamiento. Cubiertos de barro y hierba, parecen antiguas pirámides escondidas en el bosque.
Aunque los misiles nunca abandonaron este pozo para infligir destrucción, han habido víctimas a lo largo de los años. “Un soldado murió cuando se le rompió el cinturón de seguridad durante una revisión rutinaria”, relató Brazdeikytė a CNN Travel. “Otros dos soldados fallecieron durante un derrame de ácido nítrico al intentar reabastecer el misil”, añadió.
Con el apoyo financiero de la UE, las autoridades locales lograron crear un magnífico museo, inaugurado en 2012, que ofrece acceso público al centro de mando, la central eléctrica y un silo. La entrada a las instalaciones se realiza, como siempre, a través de un agujero en el suelo. “Por favor, límpiese los pies”, indica un cartel en ruso sobre la puerta herméticamente sellada.
Lejos de la base, el Parque Nacional de Žemaitija es uno de los lugares más espléndidos de Lituania, repleto de atractivos. Visitar el parque conduce al corazón de Samogitia, una región con una rica cultura local. Aquí coexisten tradiciones paganas y cristianas; se cree que esta tierra fue la última parte de Europa en abrazar el cristianismo en el siglo XV.
La ciudad de Plateliai, a 15 minutos al norte de la base, alberga la Iglesia de los Apóstoles Pedro y Pablo, un imponente edificio de madera del siglo XVIII. Una mansión restaurada en la ciudad alberga actualmente un Museo del Carnaval con distintivas máscaras de madera. El lago Plateliai, en sí mismo, es un destino ideal para los amantes de la naturaleza, con rutas de ciclismo y senderismo, zonas de camping junto al agua y restaurantes pintorescos junto a la orilla.
Los Žemaičių blynai, o panqueques samoguinos, son los platos estrella de la gastronomía local: consistentes panqueques de patata con carne. El cepelinai, una bola de masa de patata rellena de requesón o carne picada, es otro plato típico lituano. Nadie se marcha sin probar el šaltibarščiai, una sopa fría de remolacha de color rosa.