
Continúa de ayer : Otro fracaso social
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Quizás imitando a Lula en su discurso de despedida antes de su detención en 2016, cuando afirmó: “No importa cuántos días me tengan preso, porque cuantos más días pasen, más Lulas surgirán”, Cristina Kirchner, en su despedida frente al PJ tras su condena, concluyó diciendo: “Se equivocan porque me pueden meter presa, pero la gente cobra salarios de miseria o pierde el trabajo, las jubilaciones van a seguir sin alcanzar y no van a llegar a fin de mes, los medicamentos cada vez están más caros e inaccesibles. Pueden hacer todo eso y no les va a servir. Tardará más o menos tiempo, pero el pueblo finalmente es como un río; se le pueden poner piedras, se le puede desviar el cauce, pero el agua, cuando se filtra, pasa.”
Independientemente de que ninguna acción a favor de la mayoría de los ciudadanos justifique actos de corrupción, Cristina, de manera astuta, nunca usó su retórica para explicar a la opinión pública la inexistencia de relación entre su esposo (ella también fue su heredera) y Lázaro Báez. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre su pronóstico y cuál sería el mejor modelo político-económico para generar mayor bienestar a la mayor cantidad de argentinos (ética utilitarista), algo que trasciende las ideologías, ya que todas, al menos en su propuesta, dicen buscarlo; como siempre, la discusión no gira en torno a los fines, sino a los mejores medios para lograrlos.
Aunque alguien –como es mi caso– nunca haya votado a Néstor o Cristina Kirchner, ni a ningún candidato peronista, no puede evitar sentirse interpelado por las manifestaciones de dolor y solidaridad de los partidarios de Cristina Kirchner tras su condena. Si bien es cierto que no es complicado para un político ganar numerosos seguidores, incluso fanáticos, como es el caso de Milei, lo que no es común es mantener ese apoyo más de una década después de salir de la Presidencia. Alguna contribución debió haber realizado a un grupo suficiente de personas, y sus ideas resultan plausibles para una parte significativa de la sociedad, lo que explica por qué su discurso sigue resonando en la actualidad.
Argentina fue, aunque mucho menos ahora, el único país latinoamericano donde la clase media representaba el sector social más numeroso. Los otros dos grandes países de la región, México y Brasil, nunca dejaron de ser sociedades de clases: una clase alta, una clase media limitada a las necesidades de la clase alta, y una clase baja trabajadora o directamente excluida, muy mayoritaria. Lula logró sacar de la pobreza a 40 millones de brasileños, pero cuando asumió en 2002 la población era de 178 millones y hoy es de 219 millones, lo que significa 42 millones más.
Los países con una notable componente poblacional precolombina continúan estancados en diferencias casi antropológicas que no han podido erradicarse definitivamente, y el Caribe enfrenta limitaciones geográficas. Las excepciones han sido Uruguay, que con todo respeto por su tamaño está bastante acoplado a la economía argentina, y más recientemente Chile, que en las últimas décadas ha logrado reducir su desigualdad, aunque sigue siendo significativamente desigual. Cualquiera que haya viajado lo suficiente por América Latina o haya residido un tiempo en alguno de estos países ha percibido que el modelo socioeconómico es el mismo: clase baja muy mayoritaria, una clase media no muy numerosa, administrando la riqueza de una pequeña clase alta. Este esquema ha perdurado durante décadas, casi sin conciencia de la necesidad de un cambio.
¿Podría funcionar Argentina de esta manera económicamente? La respuesta es afirmativa, y con matices, dado su potencial productivo, más parecido al de Brasil y México que al de Perú o Colombia. Pero, ¿podría funcionar socialmente tras haber sido diferente en el pasado? Solo el tiempo lo dirá: se intentó en la última dictadura, se intentó en los 90 y se está intentando ahora, más allá de que quien lo implementa no crea que ese sea el resultado final; sin embargo, siempre ha operado una resistencia que tampoco ha logrado imponerse ni ser sostenible.
La edición del 7 de junio de la revista política más importante del mundo, The Economist, dedicó un artículo al estancamiento en las mejoras en inequidad en Latinoamérica, y su foto de apertura, que muestra una toma aérea del contraste entre un barrio popular y un barrio de viviendas residenciales, no es de la San Pablo de antaño, sino de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires.
Titula la nota “Todavía divididos” y explica que, a pesar de las mejoras a partir del aumento en el precio y la demanda de materias primas, que con sus altibajos son mucho más marcados que en los años 90, Latinoamérica sigue siendo la parte del mundo con mayor inequidad en la distribución del ingreso, solo superada por África subsahariana. Asegura que la inequidad tiende a ser mayor en los países más pobres, pero, paradójicamente, el producto bruto per cápita de Latinoamérica es cuatro veces mayor que el de África.
El artículo ilustra con un gráfico que acompaña esta columna sobre la evolución del Coeficiente Gini, que mide la desigualdad en la distribución de ingresos dentro de una población, fluctuando de cero (donde todos reciben lo mismo) a uno (donde solo una persona posee toda la riqueza). El gráfico muestra cómo, a partir de 2003, la desigualdad comenzó a reducirse, pero las mejoras se estancaron en 2015 y empeoraron durante la pandemia.
El Coeficiente Gini no refleja desigualdades estructurales como el acceso a salud, educación y otros activos no monetarios que aumentarían la ventaja que ya poseen Argentina y Uruguay como los países más igualitarios de Latinoamérica.
El economista Ricardo Arriazu, considerado el más cercano a ciertas posiciones teóricas de Javier Milei, advirtió recientemente que: “sin un plan de desarrollo real, el programa económico actual podría agravar la pobreza y convertir el éxito en tragedia”. Ese éxito se definiría como la peruanización de la economía argentina con estabilidad macroeconómica, pero sin movilidad social ascendente, estratificando como normal el aumento de la pobreza acumulado en el último medio siglo, reducida solo parcialmente entre 2003 y 2015.
De esto habla Cristina, aunque ella no tenga la solución. El riesgo es que la estructura social de Argentina se asimile definitivamente a la del resto de Latinoamérica.
Es más fácil lograr estabilidad macroeconómica sin responsabilidad social. Es más fácil distribuir sin crear riqueza primero. Crecer, distribuir y ser estable es más complejo que simplemente esto último. Pero lo más difícil es lograr lo mejor para el 95% de la población. Habrá que ver si Milei tiene un segundo tomo en su manual económico. Como también advirtió Arriazu, “es más fácil destruir que construir”.