
Y el escenario electoral se “espertizó”. Ya pasaron cuatro semanas desde la derrota bonaerense y el Gobierno sigue en problemas derivados de sus propias decisiones políticas y económicas. El kirchnerismo, obvio, no le hace la vida fácil, pero no lo obligó a Milei a impulsar la candidatura del “profe”, ni a meterse en camisa de once varas con un esquema cambiario y monetario que genera muchas polémicas.
De las cuatro semanas que transcurrieron desde el 7S, solo en una el oficialismo logró un balance positivo: cuando fue a EE.UU., lo llenaron de mimos y le dieron de regalo un tuit impreso. Con eso alcanzó para zafar unos días, pero los problemas persisten porque hay fallas geológicas tanto en lo político, como en lo económico, las cuales no se van a resolver en las tres semanas que faltan para la elección de medio término.
Como ya señalamos varias veces en esta columna, la administración libertaria entró en un círculo vicioso del cual no puede salir, porque sigue reaccionando de manera poco adecuada. A saber: los fundamentos económicos no generan confianza (pese al apoyo externo), las variables financieras se ponen inquietas, la opinión pública está en su peor momento respecto a la gestión, eso derivó en una derrota electoral, y los mercados se ponen más nerviosos aún. El Javo y su ballet no lograron destrabar el circuito negativo en ninguno de sus aspectos. Lo único que logró es ganar tiempo. Ergo, el clima empeora.
Esta semana volvimos a tener un indicador negativo sobre la evolución de la opinión pública: por segundo mes consecutivo el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) de la Universidad Di Tella tuvo una caída pronunciada. En las últimas nueve mediciones –desde que empezó el año– tuvo siete descensos. Primero, está en el punto más bajo después de 22 meses. Segundo, está por debajo del nivel que tenía el gobierno de Macri a esta altura en 2017, que ganó la elección de medio término. Tercero, el ítem “Preocupación por el interés general” –que puede leerse como su nivel de empatía/sensibilidad– cayó un 15%, casi el doble que el índice general. La mayor parte de esta muestra fue relevada posderrota bonaerense, y es la primera después del caso de los audios de Spagnuolo (y antes de que el escenario se “espertizara”). Está vigente más que nunca la pregunta: ¿en qué provincias LLA obtendrá más porcentaje de votos que en la primera vuelta de 2023, fuera de CABA, PBA, Chaco, Mendoza, Entre Ríos y San Luis? Las encuestas pueden equivocarse, desde ya, pero…
Las reacciones de agenda positiva han sido muy pocas en cuatro semanas. Apenas un anuncio para el poder adquisitivo de los jubilados y una prórroga de la jubilación por desempleo. Gusto a poco para una sociedad ganada por el pesimismo respecto del futuro económico del país. En lo que sí parece ser persistente es en su mal manejo político y comunicacional en situaciones de crisis: tanto en $Libra, como con las turbulencias financieras, el rechazo a los vetos y ahora el caso Espert, la defensa lució mal parada. El “gatito mimoso” debería repasar las recomendaciones del doctor Carlos Salvador Bilardo. Una pelota cruzada sobre el área en un córner tiene alta probabilidad de gol en contra. Otra: Presidente, ¡no diga blindaje, que es una mala palabra en la Argentina! (pero bueh… lo dijo). Hágame caso, los fines de semana escuche menos ópera y dedique más tiempo a leer sobre comunicación.
Los amigos americanos le piden que generen consensos amplios para garantizar gobernabilidad (a esta altura, ni ellos esperan que “La Libertad Arrase”). Entonces el león libertario empieza por lo más obvio: volver a hablar cara a cara con Macri. Claro, esta vez es distinto (Toto tenía razón… pero en sentido contrario). El calabrés es memorioso –como Mirtha– y tratará de cobrarse todas las deudas. Por lo pronto, empezarían por ver cómo trabajar el presupuesto 2026, informa el gran Ignacio Zuleta. El tema es que sentar de vuelta 129 votos a favor en Diputados antes del 10 de diciembre es una quimera, mucho más después del próximo 26, cuando todo se juegue a suerte y verdad.
Lo mismo que pasa con Cristina, sin Macri no se puede, pero solo con Macri no alcanza. Faltan los gobernadores, de todo tipo y color. El Presidente debería irse acostumbrando al concepto de “presidencialismo de coalición”, el cual citamos en esta columna hace dos meses y que tomamos prestado del colega Ignacio Labaqui. En esta opción estratégica el oficialismo estará obligado a coparticipar el poder, discutiendo sus reformas, avanzando más lentamente, pero los costos serán menores y no tendría que recurrir a negociaciones permanentes con aliados circunstanciales. Pero claro, deberá acordar con una parte de la casta, degenerados fiscales y quizá resignar fichas políticas importantes (¿qué sería de Espert en ese esquema?, ¿y de Toto, los Menem o Karina?).
Recordamos que el ex Emir de Cumelén: 1) es una de las figuras políticas con peor imagen en el electorado, 2) tiene serias dificultades para ordenar sus propios bloques en el Congreso, y 3) juega a dos puntas con Provincias Unidas. Eso significa que no solo no le puede garantizar mucho a nuestro “pequeño Javier”, sino que además habrá mucha tirantez con el actual entorno presidencial. Nada es fácil, pero tampoco imposible, aunque nada serio se dirá o se decidirá antes de tres semanas, aun cuando se crea que el Gobierno pueda ganar los comicios. Nadie va a arriesgar capital electoral frente a un oficialismo que luce cada vez más como “mancha venenosa”.
Las crisis importantes –como la actual– tienen además un timing complejo: a medida que va pasando el tiempo el mal humor tiende a consolidarse y, por lo tanto, los esfuerzos por revertirlo se vuelven menos productivos. En las siete semanas que iban a transcurrir entre el 7S y el 26O, las dos primeras eran fundamentales para sorprender a la sociedad. Esa oportunidad se perdió, y la decepción va camino a solidificarse.
¿Cuánto saldrá una nueva foto con “el amigo americano” el 14? Recordemos que en esa novela de Patricia Highsmith, el amigo es Ripley.