
La agonía y muerte de Eva Perón, el 26 de julio de 1952, conmovieron profundamente al pueblo argentino. Desde su último discurso el 1 de mayo de 1952, donde con esfuerzo reafirmó su compromiso con el peronismo, hasta su fallecimiento a las 20:25 horas, Evita fue un símbolo de lucha y resistencia, pese a su frágil estado de salud, llegando a pesar solo 33 kilos.
Su velatorio, iniciado el 27 de julio en el Ministerio de Trabajo y Previsión y extendido hasta el 9 de agosto, congregó a más de dos millones de personas en Buenos Aires, con filas de 35 cuadras. El duelo nacional incluyó altares, procesiones con antorchas y un silencio que paralizó al país. El traslado al Congreso Nacional y el embalsamamiento por el Dr. Pedro Ara marcaron el cierre de un ritual fúnebre sin precedentes.
Este relato de Gonzalo García Garro refleja la magnitud del impacto de Evita, la “Jefa Espiritual de la Nación”, en la historia y el corazón de los argentinos.